martes, 4 de octubre de 2011

Día 7: San Gil

Nos levantamos prontito, como absolutamente todos los días desde que llegamos. Hay que dejar limpia y recogida la casa de Edmundo porque nos piramos a San Gil. Estamos todos muy contentos porque dejamos la capital y seguimos con la ruta predeterminada. Vamos a la estación del norte y allí negociamos precios para llegar en bus hasta nuestro destino. Aquí hay negociar por todo, sobre todo si eres un guiri como nosotros. Taxis, buses, cervezas, hasta sandwiches; todo es negociable y hay que echarle morro porque si no te la clavan. Y es todo bastante barato, pero no estamos pa regalar. Nos queda todo un año por delante. Yiiiiihaaa!!

Nos metemos en un microbus de 19 plazas, contando el conductor. Yo como me subo el último de todos, me toca el mejor sitio. Bastante. Tengo un asiento estrecho de cojones y no me cabe ni la espalda. A la derecha, Piña. Y a mi izquierda no me toca una fresca, no. Una chica maja, tampoco. Eso sólo pasa en Jolibú. Me toca un mardano de 90 kilos, que se queda sopas en el minuto 1 y me deja inmovilizado mi brazo izquierdo durante hora y media. Gozico puro. Pero es lo de menos, porque todo es nuevo, todo es apasionante, y me entretengo mirando el paisaje por la ventana. No me doy cabezazos con el techo debido a los baches que hay en la carretera gracias a que estoy insertado entre Piña y el susodicho mardano.

Vamos hacia el norte, hacia San Gil, cuna de deportes extremos en plena naturaleza. Para que os hagáis una idea del viaje: son unos 300 kilómetros de distancia y nos cuesta seis horas y media el viajecito. Pipiriripipí, oooolé. Da igual, porque hasta que se hace de noche y no se ve un cagao, es imposible aburrirse mirando a través del cristal. Al principio la carretera digamos que es normal, aunque la peña conduce y adelanta como quiere y por donde quiere. Izquierda, derecha, arcén; valetudo. Te quedas pillado por la cantidad de camiones con los que te cruzas y a los que adelantas. Cientos. Enormes. Y casi todos son megaviejunos, grandes camiones de marca yanqui y de hace muchos, muchos años. También flipas porque las vacas pastan en el arcén, ahí alaíco de los coches. El día que se le vaya la pinza a alguna, liará una muy parda. Casi nada es    como en España: aquí la peña se baja donde le sale de la puntica de la pó. Sin exagerar, una mujer le dice al conductor: ´´Pare justo antes de esa señal´´. Y paramos. La señal es de una curva cerrada a derechas, y nos detenemos en mitad de la carretera, antes de la curva, con medio microbus en la calzada y otro medio en el arcén. La mujer pilla sus enseres, cruza el arcén, y se mete en la maleza. Desaparece detrás de los arbustos. Sí, porque allí no había nada a simple vista. Supongo que le tocaría un paseo campo a través hasta llegar a su destino.

A mitad de camino cambia el paisaje y empieza lo bueno de verdad. Subimos y bajamos montañas por carreteras muy sinuosas, disfrutando de las vistas, de los valles y de los cañones. Es todo verdísimo! Precioso. Árboles, plantas, arbustos, todos ellos muy verdes, muy altos y muy frondosos. Es una pasada. Ahora sí que vemos lo que esperábamos ver de Colombia. Es imposible dejar de mirar las vistas. Por la carretera pasan personas a caballo, en burro, en bici, en motocicleta. Hombres con sus sombreros y sus poblados mostachos. Y más vacas, y perros, y gallinas. El aire es puro, huele muy bien.  Todo es auténtico.

No sé cómo será el Amazonas, porque esto ya me parece muy brutal. Después de unas cuatro horas por estas carreteras, después de jugarnos la vida varias veces en el viejo microbus, y ya de noche desde hace un rato, llegamos a nuestro destino, San Gil.

Nos volvemos a reunir con Edmundo, el galán, y de nuevo nos recibe como marqueses. Tenemos otra vez una casa para nosotros, sin necesidad de pagar un hostal. Fetén. Estamos alojados en un pueblito pegado a San Gil, se llama Curití. La casa de dos alturas es muy bonita, rollo rural. Y la tenemos toda para nosotros, qué suerte estamos teniendo gracias al tío de Anita. Cenamos en la plaza principal de San Gil, en plena calle, como nos gusta. Unas birras fresquitas de lata y unos pinchos morunos y unas mazorcas de un puesto callejero. Barato y sabroso. Perfecto. Los pinchos de carne con patatada asada son de museo. Gozando! Estamos el equipo, Edmundo, Mateo y amigos de Edmundo.

Nos vamos prontito hacia Curití porque queremos descansar para estar frescos al día siguiente. Allí acuden Diana y Julia, amigas colombianas de Mateo que van a pasar la noche y el día siguiente con nosotros. En la casa tenemos camas para todos, qué lujo! Al final lo de acostarse prontito no sale como esperábamos, ya que la casa tiene billar (ojos) y las chicas no quieren sobar pronto ya que el viaje que se han marcado tiene su miga. Nos volvemos a beber muchas birras; nos volvemos a echar muchas risas con sus palabros colombianos y ellas con nuestra jerga española; y nos acostamos como a las tres de la mañana para dormir unas horitas antes del rafting del día siguiente. Qué ganas, nunca lo he practicado. Y qué bien suena!



4 comentarios:

  1. Que grande!!! la verdad Borja es que es una gozada leer esto desde el curro, es como tele-transportarte durante unos segundos, os sigo a tope. Pasarlo bien!!!!

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  2. Bro!!!

    Te dejo un tema que me encanta, que es super alegre, y que creo que puede ser una buena banda sonora para tu viaje!

    http://www.youtube.com/watch?v=uwtDm06jRs4

    Un beso!!!

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  3. Nos tenéis muy al loro. El cumple de Lux un éxito.

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  4. Temazo, Lux!! Muchas gracias. Moooola! Muaaaa

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