Amanecemos pronto en la playa. Vamos saliendo de nuestras hamacas, como las mariposas van saliendo de sus sacos de seda. Sí, dormimos en hamacas, debajo de una cabaña de madera y paja que está como a unos 30 metros del mar. Paraíso total.
Está la cabaña grande para las hamacas, un par de habitáculos más de unos cuatro metros cuadrados que sirven de cocina y de baño, y un par de mesas para poder comer todos. Nada más. No hay luz y no hay agua, y todo respeta el medio ambiente al ciento por ciento. La comida y el agua la traen justa para comer 2-3 días, hay unas cajas de corcho para mantener el frío, y ahí meten unas placas de hielo y alguna bebida. No hay más. Exactamente lo justo y necesario para sobrevivir y estar bien allí los días contados.
Hacemos otras dos inmersiones: una como a 18 metros y otra a más de veinte. Alucinas. Cuando estás en el fondo del mar, no te das cuenta realmente de que te puede pasar algo muy chungo si falla cualquier chorrada. Siempre hay dispositivos de emergencia, muy seguros, pero lo que está clarinete es que nosotros venimos de la tierra, de los árboles si me apuras, pero no venimos de debajo del mar (como el cangrejo Sebastián).
Vemos de todo. Alguna barracuda, peces de casi todos los colores, langostas, peces león (tiene que exterminar alguno que otro porque se están cargando parte de la fauna marina de la zona), pulpos blancos y anguilas verdes. Vaya gepetos de cabronas tienen estas últimas, como les des la mano se la llevan de recuerdo. El fondo del amor es otro lugar, como si fuera el inframundo. Es maravilloso, enigmático, oscuro y colorido al mismo tiempo, y aunque pueda ser apasionante, también da respeto, mucho respeto. Y hasta miedete. A ochenta metros de profundidad, de una grieta del fondo del océano, ¿qué te puede llegar a salir? ¿¿Un calamar gigante?? ¿¿¿Un jodido dinosaurio??? Caquitas.
Nos dan tres comidas al día, básicas pero copiosas y bastante aceptables. El buceo da un hambre mayúsculo. Antes de ir a sobar, acabamos todos, monitores, israelitas, y nosotros, tomando birras y vino juntos en la mesa; mientras ellos tocan la guitarra y cantan canciones de Oasis, Bob Dylan o Bob Marley. El rollo está muy bien, pero uno se acuerda de que con Dani Badía a la guitarra, y el resto de la muchachada cantando y dando palmas juntos, la noche sí que ya sería completa e inmejorable.
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