En Playa Grande hay restaurantes playeros (nunca mejor dicho), como cabañas gigantes, en donde se puede comer pescado bien fresco. Y un juguito de fruta. Qué bien entra. Pero a la playa le falta algo. Limpieza. Debería de estar más limpia. Y le sobra gente. Joder, hay momentos que parece Benidorm en agosto. Te podrías dar de bruces con la Esteban mientras se ajusta el pareo. Bueno, no, no hay tanta peña, pero esperábamos otra cosa.
Al volver, cuando pasamos más de cinco minutos en la habitación con baño que nos deja la escuela para los cuatro, nos damos cuenta del cambio que hemos dado. No nosotros, sino el alojamiento. Nos sale gratis, pero digamos que las condiciones no son para echar cohetes. Aunque sabíamos a lo que veníamos. Las colchas de las camas pueden ser de la época de la Revolución industrial; el calor que hace dentro de la habita te invita a darte una ducha cada vez que entras en ella; en el baño hay unos agujeros en el techo por los que podría entrar la cabeza de un dragón; y hay unas cucarachas tan inmensas por todos los rincones que parecen perros. Perros grandes. Podrías ponerles una correa y darles un paseo por las calles de Madrid; la nueva moda: pasea tu cuqui en lugar de tu Bulldog francés.
En fin, que nos acostamos prontito, como a las 00.00, porque a las 08.30 tendremos nuestra primera clase teórica del curso de buceo. Con temor y asco de que las cucarachas XXXL trepen por las patas de la cama y se suban a ella, como un mocoso se cuela en la cama de sus padres cuando tiene pesadillas. Y con calor, mucho calor. Nos queda un día entero más en Taganga, pero ya tenemos muchísimas ganas de visitar Tayrona.
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