martes, 4 de octubre de 2011

Día 5: Bogotá

Hoy toca excursión a Zipaquirá. Es un pueblito que está a unos 50 kilómetros de Bogotá. Pillamos el Transmilenio hasta la estación Portal del Norte, y luego un microbus hasta el pueblo. La localidad es pequeñita, muy antigua y bastante bonita. Es uno de los lugares más antiguos del país.

Vamos hasta allí para visitar la Catedral de Sal. Es acojonante. Se trata de una mina de sal bajo una colina en lo alto del pueblo. En ella han construido una catedral con su nave principal, sus naves laterales, sus altares, balcones y toda la pesca. Impresionante. Una guía muy agradable nos explica su historia, peculiaridades, anécdotas y usos. Desde la entrada, en la falda de la colina, bajamos hasta 30 metros bajo tierra; tenemos la colina encima de nuestras cabezas en toda su magnitud. Al ser de sal y no de carbón, por ejemplo, no es necesario asegurar todas las grutas de la mina, ya que la sal se solidifica. Ellos la denominan ´La primera maravilla de Colombia´. No sé si tanto, pero la verdad es que es un espectáculo. Y por ello nos hacemos bien de fotukis, parecemos japos, pero también lo hacemos guapo.





























Son como las cuatro de la tarde y no hemos comido: el agujero es considerable. Bajamos hacia el pueblo, mientras damos una vuelta por el mismo, buscamos un sitio para papear. Al ser un lugar de turisteo, hay muchos garitos guays para comer: Food and Wine, Cocktails Winipini y demás sitios caros y sin personalidad. Finalmente encontramos lo que buscábamos: restaurante barato, casero y con comida colombiana. Por cinco euris cada uno, nos vamos bien comidos y con dos tercios de birra Póquer por cabeza. La sopa y la yuca estaban de guía Michelin.

















Volvemos a Bogotá después de comer porque por la noche tenemos fiestaca en Chía. Vamos a cenar y a beber a El Humero, el restaurante del primo de Anita. Y después la idea es rumbear en Andrés Carne de Res, que está al lado. Como son dos de los lugares más caros de país, empezamos la fiestuki bebiendo en casa por la tarde. Resultado: después de llevar 2-3 horas en El Humero, llevamos un ciego del horror, y yo me llevo la palma. Melocotonazo padre. No llego a probar ni la cena y, por supuesto, no llego a Andrés Carne de Res. Mr Pineapple me tiene que llevar en un taxi a casa, y yo se lo agradezco echando una papilla señorial a mitad de trayecto. Oh yes, como cuando tenía quince palos.

No recuerdo nada de eso, mi conciencia se quedó en El Humero. Nos quedamos sin rumbear con toda la family y amigos de Anita : ya lo siento Piña! Pero no hay mal que por bien no venga: hemos aprendido que la combinación de mucha aguardiente junto con 2.600 metros de altitud pega tan fuerte como el Terror del Garden. Si señores, un día completito.

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