Acabo de preguntar a Anita cómo se llamaba el sitio este, porque ya ni me acordaba... Así que podéis imaginaos cómo era la movidica. Hemos llegado aquí como a las dos de la mañana, y nos tenemos que despertar como a las seis, para pillar otro bus hasta Alausí, ya que nos acabamos de enterar al llegar que las vías del tren están en obras en esta localidad y no es posible pillarlo. Jamadica buena. Pero es que en estos países te pueden pasar cosas de este tipo de vez en cuando: llamamos desde Baños a la estación y no pillaban, y en internet tampoco había explicación a la más mínima duda que teníamos.
El caso es que pasamos cuatro horas durmiendo en un hostal muy, muy asqueroso, pegado a la estación, y en el que ninguno quisimos ducharnos ni de noche ni de día (que seguía siendo de noche), de lo cutre, repugnante y frío que era el baño (y con la denominación de baño estoy siendo muy, muy generoso). Y lo peor de todo, es que después del madrugón, después de pillar otro bus hasta Alausí, al final no pillamos el tren que llevaba hasta la Nariz del Diablo. ¡Mi gozo en un pozo! El problema es que era bastante caro, era el doble de lo que nos habían dicho, y por mayoría democrática en la reunión del equipo, salió que no íbamos. Y era el único en este caso que quería hacerlo sí o sí. Pero me dio bastante pereza hacerlo solo. Así que nos marcamos un desayuno de campeones en el salón de una mujer del pueblo, y a seguir viaje. Y lo del desayuno como suena: nos guió un hombre hasta su casa, nos metió en su salón, y su mujer nos preparó un desayunaco en toda regla. Y el detalle del hombre, de encender la tele, darnos el mando de la misma, e irse de su propia casa, es digno de aplauso. Ovación diría yo.
Lo del tren fallido nos pillaba de camino en nuestra ruta, así que a pesar de la jamada, era un mal menor. Pero sí que me dio pena, porque el paisaje nos contaban que debía de ser espectacular. Y viajar en tren por esos remotos lugares, tiene como un rollico especial. Nunca se me olvidará el viaje en tren con parte de la muchachada, entre Praga y Budapest, que nos pegamos hace ya seis años. Precioso. Inolvidable.
Es viernes, y de nuevo pillamos otro bus hacia el sur del país, hasta la ciudad de Cuenca (¡Cuencaaaaa! Qué vivan los tunantes), última parada en Ecuador antes de pasar a Perú.
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