Salimos de noche desde Medellín, y después de ocho horas hasta Cali, y cuatro más después, llegamos a Popayán. Nos hablan muy bien de esta pequeña ciudad, destacan su centro histórico de tipo colonial (muy bien conservado), pero para nosotros realmente sólo es una pequeña parada técnica antes de llegar a Ecuador.
Llegamos como a mitad de mañana, dejamos todo el material en el hostel, y nos disponemos a conocer la ciudad, ya que esta misma noche partiremos hacia nuestro siguiente destino. Aunque estamos algo cansados del viajecito, la jornada nos cunde y mucho. Hemos paseado varias veces por el centro, y, sinceramente, a mí tampoco me ha parecido nada del otro mundo. Puede que ya esté un poco saturado del rollico colonial, pero es que, por ejemplo, Cartagena le da mil vueltas a Popayán en este aspecto. También hemos subido hasta un pequeño cerro al norte de la ciudad para ver las vistas y tomar alguna fotuki; hemos comido un menú del día ( tremendo y muy barato) en un restaurante típico colombiano (¡última comida colombiana!); y también hemos estado de cañas en un bareto bastante guapo: el tipo te pinchaba toda la música que le pedíamos, y además tenía una colección de vídeos de música muy jefa (desde pequeño me he pegado horas y horas en el sofá viendo vídeos de música; me flipa y me atrapa).
Al final, entre una cosa y otra, y después de estar un rato en la universidad con toda la muchachada joven de la ciudad, se nos ha hecho pelín tarde y hemos vuelto al hostel para intentar sobar cuanto antes, ya que nuestro bus hacia Ipiales (última parada antes de Ecuador, justo antes de la frontera) sale a las cinco in the morning. Dolorrr. Cuatro horitas durmiendo y de nuevo a meternos bien de rato en un bus. Es lo que hay. Hemos pillado este horario porque cualquier otro podía ser muy arriesgado. Tenemos que llegar de día a la frontera, porque de noche se producen bastantes asaltos a los buses. Nos cuentan que montan convoys de buses escoltados por policía, pero tampoco lo deben de hacer siempre, y aún así, se siguen sucediendo estos asaltos nocturnos. Vaya tela. Me imagino a unos bandoleros, con sus escopetones, y con sus bigotacos, parando el bus en mitad de la noche, y ofreciéndote tu vida a cambio de tu mochila. Y los locales te lo cuentan como si nada... Como si fuera el peaje de la autopista Zaragoza-Barcelona. Otro mundo, amigos.
Y, en unas horitas, Ecuador. ¡Vamos que nos vamos!
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