Ciertamente, todo el pueblo se vuelca en el mercado de los sábados. Viven de eso. Es su principal (y casi única) fuente de recursos. La plaza Ponchos se pone hasta la bandera, y todas las calles colindantes, por no decir todo el pueblo, también se ve invadido por puestos y puestos de venta de artesanías.
Quizá sea porque las expectativas eran muy altas, o porque no es algo realmente nuevo ya que en España hemos visto muchos puestos de este tipo, pero no me ha parecido que la experiencia haya sido tan brutal como la pintaban. Sí, es un pedazo de mercado; sí, tienen absolutamente de todo y hay muchos objetos que son auténticas obras de arte; sí, es bonito, divertido e interesante; pero tampoco va a ser algo que marque mi vida (exagerando un poco), ni mucho menos. Es el mercado de artesanías más grande de Sudamérica, y por eso mismo, me imaginaba una explanada en la cual te podías perder (literalmente) durante horas y horas. Pero no es pa tanto. Aún así, repito, lo hemos pasado muy bien, y hay productos que son una maravilla. Y claro, absolutamente todo hecho a mano. Hay cosas que son una pasada. Al final todos nos hemos comprado algo, porque nos apetecía y porque es un bonito recuerdo. Pulseras, tobilleras, sombreros de paja, bufandas o fulares, ésas han sido nuestras adquisiciones. ¡Ah! ¡Y un dedal de recuerdo para la madre de Fredi G. López! Por fin hemos encontrado uno, porque en Colombia cada vez que nos acordábamos, no tenían. Y todas estas compritas casi siempre regateando con el/la indígena de turno; esa parte también es de lo más divertido. Muchas otras movidas nos hubiésemos pillado, sobre todo para regalar a la peña, o para decorar la casa, pero... ¿¿Ande lo metemos?? Aún así, tranquilos, seres queridos, ya irán cayendo cosicas poco a poco...
Despues de mercadear, y después de comer un pollo asado (mejor en Colombia), hemos hecho una sesión de fotos desde lo alto de un hostal. La idea es brutal. Anita se ha disfrazado de Wally (disfraz de Leo del Halloween de Bogotá), y se ha metido a dar vueltas en medio de todo el mercado. Y Javi y Leo haciendo fotos desde lo alto con sus cámaras. ¿Os acordáis de los libros de "¿Dónde está Wally?"? ¡Jajaj! Awesome! Nos hemos propuesto hacer una serie de fotos de este tipo en cada parada del camino en las que se pueda hacer. ¡A ver si encontráis a Wally, familia y amiguicos! Por cierto, que Wally en Francia es Charly. Pero no. Nuestro Charly ya sabemos todos quién es, y está en Mañoland, con la mejor panda de amigos que uno pueda imaginar. ¿¿¿SÍ O NO???
Tras la paridica de Wally (¡y cómo nos gusta!), toca mover. Vamos al hostal, pillamos las mochilas que ya teníamos preparadas desde por la mañana, y nos vamos a la terminal de buses. Tres horas de viaje y ya estamos en Quito. El viaje se me ha hecho muy cortito. ¡Y qué baratos son los buses en Ecuador! De momento es la mayor diferencia (de precios) respecto a Colombia. Allí no es que fueran caros, pero es que aquí son una ganga.
Llegamos a la capital de Ecuador como a mitad de tarde. Hace fresquito, y es que estamos a más de 2.800 metros de altitud. Casi ná. Pillamos taxi para que nos lleve hasta la zona conocida como Ciudad nueva. Como El Poblado en Medellín, es la zona donde acuden casi todos los mochileros, donde residen la clase alta y media de los quiteños, y donde está la zona de salir y de los centros comerciales, tiendas y restaurantes internacionales. En el taxi nos percatamos de que la ciudad está vacía, desierta. Es un canteo. Parece la peli de Amenábar, la de Abre los ojos. Calles y avenidas desangeladas, donde no se ve ni un alma. El taxista nos cuenta que, aunque sea sábado, hemos pillado un puente largo, y todo el mundo se ha pirado a las playas, o al Oriente. Qué bien, qué suerte... Nos dice que hasta el lunes muy poquita gente va a haber en la ciudad. Y parece que no miente, porque está todo chapadísimo.
Después de probar en un hostal, finalmente nos hemos metido en un que estaba cerquita. Tampoco era lo que queríamos, ya que esperábamos precios bastante más bajos. Pero ya es de noche, estamos cansadetes, y no es cuestión de recorrernos toda la ciudad en busca de algo que nos encaje. Esto no es pequeño, y lo que tampoco es, es una ciudad segura. Así que nos instalamos un poco a regañadientes, y hacemos compra para cenar en el hostal y beberciar un poco antes de conocer la noche de la capital de Ecuador.
Bien de cenar (¡pasta! Siempre que cocinamos hacemos pasta, porque es fácil, porque cunde mucho, ¡y porque la echamos de menos!), bien de cervecear, y partiditas de cartas con un alemán bastante majo. Al final no hemos salido de fiestuki. Anita y Javi sudaban, y Leo se ha quedado sobado. La verdad es que el ambiente no era un festival. Pero el rato ha estado bien, porque además de conocer a Jasper (el kartofen), hemos estado charlado largo y tendido con Emilio, un ecuatoreño que se dedica a la escalada, y que nos ha contado varias historias de alpinismo muy brutales, junto con varios consejos interesantes para nuestra estancia en el país. Buen ratejo, y aunque ya lo sabíamos, nos ha quedado clarinete que los escaladores profesionales están hechos de otra pasta. Qué tíos. A su lado, los ciclistas parecen jugadores de poker.
Hora de mimir, y mañana domingo, a darle caña a la ciudad, ya que tenemos planeado sólo estar un par de días y largarnos hacia el sur el martes. ¡A ver qué nos depara Quito!
Que grande la idea que habeis tenido de Wally!!! Será divertido buscaros en las fotuquis!
ResponderEliminarSois muy grandes, seguid cuidándoos así!!!
Un abrazo amiguos!!!