lunes, 7 de noviembre de 2011

Día 38: Otavalo

Otavalo es pequeñito y, como ya he dicho, quitando el mercado de los findes, no tiene mucho más que ofrecer. Pero la gente es muy agradable. Son muy tranquilos, muy apacibles. Y puede que sean más pobres que los colombianos, pero en ningún momento te avasallan para venderte nada. Parecen mudos al aldo de los expresivos y exultantes habitantes de Colombia.

Además de ese tranquilo y sencillo carácter, lo que más llama la atención, son sus vestimentas: en este pueblo la gran mayoría de personas adultas visten sus trajes tradicionales. Los hombres van con oscuros sombreros de fieltro de ala corta, con trenza hasta mitad de la espalda, con poncho, pantalones como hasta debajo de la rodilla, y alpargatas del estilo de las menorquinas. Y ellas también van (algunas) con sus sombreros, con blusas blancas bordadas, y largas faldas hasta los tobillos. La gran mayoría de la población es indígena o mestiza, no se ve ni un blanco ni un negro.Y, casi todos ellos, ¡son muy, muy bajitos! Anita es más alta que muchos hombres de por aquí. Normal que el basquet no les llame mucho...


El día ha sido tranquilillo, hemos paseado por el pueblo, hemos visitado el mercado de alimentos, también hemos visto ya algún puesto de artesanías tempranero, y Leo y yo hemos comido en un restaurante típico ecuatoreño. Menú del día habitual. No estaba mal, pero no tenía nada nuevo respecto a la comida colombiana; eso ha sido un poco chasco. Anita y Javi se han quedado en el hostal ya que Anitosss se encontraba a morir. Se ha tomado un zumo de mora esta mañana en el desayuno, y a las tres horas le ha metido un meneo en el estómago que no podía ni estar de pie. Ha potado en la calle y todo, la pobre. Y luego ya en el albergue ha echado las papas como cuatro veces más, con unos escalofríos de aúpa. La movida es que el zumo llevaría agua de grifo y no es Vichy Catalán que digamos. Lo ha pasado realmente mal durante unas horas, pero es chica fuerte y a mitad de tarde ya estaba recuperada y con ganas de dar una vuelta.


















Antes de su vuelta a la vida, los chicos nos hemos comprado un balón de furgol y nos hemos ido a jugar un par de horas, después de comer, con un solecito muy rico. Hemos visto un campo que estaba cerrado, pero dando otra vuelta, hemos encontrado un campo de hierba que estaba que te cagas. Era el de la Policía. Preguntando antes a un madero, nos ha dado luz verde. Así que lo hemos pasado muy bien ese ratico. Una pena que no hubiese ningún chaval jugando o alguno poli para echar un buen partit a campo completo. Otro día será, porque la bola ya nos la llevamos en nuestro equipaje. Sudamericanos en general, y futboleros en particular, aquí los españolitos campeones del mundo, junto con el fichaje de un francés españolizado, os retamos en cualquier país, en cualquier ciudad, en cualquier terreno de juego, para demostraros que al fútbol, hoy en día, se gana con acento español. ¡Toma, toma, toma, que me vengo arriba!

Por la tarde-noche, hemos ido a la plaza de los Ponchos, núcleo central del mercado y lugar donde más vida hay en este lugar. Cerveceo, comida de puestos callejeros, y risas viendo a un payaso que estaba montando un humilde show en mitad de la plaza. El tío era un cachondo e improvisaba muy bien. Por supuesto ha tenido que hacer alguna gracia con y de nosotros, pero lo que no hacía nunca era dejar de reírse de él mismo y de sus compadres, los ecuatoreños. Después de la plaza, y sin mucha aspiración de conseguir una buena farra, nos hemos ido hacia la calle donde están todos los garitos de marcheta. Y, bueno, si el dia había sido tranquilito, la noche al final ha sido un festival. ¡Qué risas! Nos lo hemos pasado pipa. Sin esperarlo (como suele pasar) y sin verlo venir, nos hemos pillado los cuatro un moco muy divertido. ¡El chupiteo es lo que tiene! Vaya bailes, vaya vídeos, y vaya fotos que nos hemos marcado. La gente del poblado alucinaba un poco, pero también estaban encantados. Muy buena gente, a la mayoría se les nota a la legua, y sólo basta con mirar a los chavales un segundo a los ojos.

A sobar la mona, y mañana, prontito, a perdernos en el tan cacareado mercado de Otavalo.

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