lunes, 7 de noviembre de 2011

Día 40: Quito

Amanecemos, recogemos, y nos piramos del hostel. Es caro, el ambiente es más parecido al de una residencia de la tercera edad que al de un hostal de mochileros, y encima, son unos brasas: imponen más restricciones que en la mili. ¡Ay, la mili! Que no sé ni lo que es. ¡Que nosotros no la pillamos! Jijijijji.

Llegamos al nuevo hostal, también por la misma zona, recomendado por una americano (amigo de Jasper) que también estaba en el anterior hostal, y que también lo va a dejar para pasarse al nuevo. Como siempre, dejamos los macutos, y nos disponemos a patear la ciudad. Jasper se viene con nosotros. Queremos ir al centro histórico, la Ciudad vieja, donde se encuentran casi todos los museos, todas las iglesias y catedrales, y donde se percible la vida real y cotidiana del quiteño de a pie.

Vamos andando, unos cuarenta minutos, aprovechando que es de día, ya que de noche todo el mundo recomienda no pasear por ninguna calle de toda la ciudad. Parece exagerado pero es así. Los taxistas, los policías, los de los hostales, la guía de Lonely planet, hasta el payaso de Otavalo, nos insisten en que hay que extremar la precaución, que no se puede pasear de noche (siempre en taxi), y que tenemos que ir siempre en grupo y nunca solos. Psicosis total. Si haces caso, al pie de de la letra, a todas esas recomendaciones, directamente, sólo podríamos andar por tres calles de toda la ciudad y hasta las seis de la tarde. Un cebatil.

Paseamos por el centro, hacemos fotos, vemos iglesias, pero en muchos lugares no podemos entrar porque es domingo. Aquí los domingos no se puede hacer ná de ná. Está todo cerrado, no se pueden visitar los museos, y la mayoría de la gente se debe de quedar en casita. Ni venden birras (sólo en algunos restaurantes y en algunos hostales), porque está prohibido. Demasiado a saco. Y, además, vas paseando por el centro y en cuanto te sales de las cinco calles más turísticas, la poli ya te está diciendo que te des la vuelta porque la zona empieza a ser chunga. Qué coñazo. Se agradece, pero toda esa precaución, todo ese miedo a que atraquen o le den un susto al guiri, limita mucho el tema.

No hay mucho más que hacer. El domingo aquí es la muerte en vida. La verdad es que no estamos teniendo mucha suerte con esta ciudad, pero siendo sinceros, tampoco es que nos esté maravillando. Quizá sea porque hemos llegado en dos días malos de cojones, pero de momento la cosa aquí no está yendo como esperábamos. Es la capital del país, pero no lo parece. Para nada. Al menos este finde...

Pasamos la tarde en el hostel, birreando mientras jugamos al billar. También un ratito de interné, que ya tocaba. Y haciendo amiguetes. El americano, un italiano, otro yankie, todos jugando al billar, pasando una larga y gris tarde de domingo. Y es que el tiempo no acompaña. Por la noche hace rasquilla. Hay que ponerse calcetines (shit!), y hasta la chupa gorda. No mola. Esperemos que mañana, lunes, y último día entero en la capital, se nos dé mejor y cambie un poco el panorama, ¡porque este final de jornada ha sido pelín desolador!

Antes de sobar hemos visto, al menos, un par de buenas pelis en la tele por cable que tienen en el salón del hostal: Promesas del Este (bueeeena), y El Padrino. ¡Vaya peliculón, joder! Te la puedes ver una vez al año, durante toda tu perra vida, y nunca, nunca, nuca te cansarás. Obra maestra.

Quito: queremos más de ti. Sorpréndenos.

1 comentario:

  1. La trilogía de El Padrino hay que verla cada dos años, estoy de acuerdo

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