martes, 31 de julio de 2012

Días 154-163: Morro de Sao Paulo

Morro es una isla pequenha, muy bonita, muy divertida, y que tiene algo que te impide salir de ella con facilidad. Ahí la vida es tan cómoda, simple y fácil... Tienes, andando dos minutos, todo lo que necesites: la playa, el bar, el súper, los puestos de comida, la fiestaca nocturna, la pequenha colina para ver los atardeceres... Todo, absolutamente todo, está a tan sólo dos pasos. Y, lo mejor de lo mejor, es que, nuevamente, se puede vivir únicamente con el banhador puesto! Bieeeeen! Banhador, dinero en el bolsillo y el balón. Eso es lo que llevábamos Leo y yo para pasar todo el día. Parecíamos Oliver y Benji en modo naúfrago. Qué feliz, qué vivo se siente uno andando descalzo a cualquier parte. Sentir la Tierra bajo tus desnudos pies no tiene precio.

La vida en esa isla consiste en playa cuando hay Sol, y fiesta cuando no lo hay. Todos los días.  Es simple, pero nunca falla. Pasábamos las horas del día metidos en el mar, tirados en la arena, pegándole al balón, buscando monos, dándonos banhos naturales de arcilla, o trepando por las palmeras. Y siempre, siempre, siempre, con el mar presente. Ese mar calentito y limpio. Había un paseo hasta la playa de Gamboa, la más alejada (porque había varias y todas a mano), que era un pasote. Precioso. Ibas andando por la costa, pisando la arena de la playa (o nadando directamente si la marea estaba muy alta), con el mar turquesa a la derecha, y la isla con sus rocas y palmeras a la izquierda. El paisaje era tremendo, uno de los más bonitos de todo el viaje. Te sentías feliz de estar allí, de poder verlo, de estar presente entre ese arema, ese mar, esas rocas, plantas y palmeras que, en su conjunto, formaban la perfecta postal. Un paraíso.

Y cuando el Sol caía y llegaba la noche... Ay, m'ama, cómo lo pasamos! Salimos todas y cada una de las diez noches que allí estuvimos. Y lo hicimos todo el grupo del hostel, que allí no se escaqueaba ni el Putas. Sí, sin duda alguna, éste es un nuevo y claro ejemplo de que el alcohol une. Y tanto! Nuestra historia, nuestro cuento en Morro podría empezar así: "Érase una vez, una botella de cachaza se abrió en una islita del Brasil...". Y se abrió una y se abrieron treinta, y todos fuimos felices y comimos perdices. En efecto, la caipirinha hizo que nos conociésemos todos, y nos mantuvo juntos, y nos mantuvo bien.

Esos días en Morro se formó en el hostel un grupo de gente de puta madre. Éramos en total unos doce, más o menos: algún espanhol más, gente de Chile, de Brasil, y sobre todo, muchos argentinos, y casi todos de Buenos Aires. El caso es que engrasamos todos muy bien desde el principio y ya casi no nos separamos en diez días: playeábamos juntos, cenábamos y bebíamos juntos, y después nos 'ibamos todos juntos de farra la mar de bien. Esos días lo pasamos muy, muy guay. Y eso que sólo estábamos Leo y yo del Equipo! Pero ese factor, sin duda alguna, permitió que conociéramos a más gente y fuéramos más abiertos y sociables. Porque al estar siempre cuatro, hay veces que pasas del resto del mundo y no haces el mínimo esfuerzo por conocer a otros. Así que como casi todo en esta vida, la desarticulación del Equipo por unos días tuvo sus pros y sus contras. Pero esta vez le sacamos partido el estar los dos solos, y Morro ha sido el lugar donde más gente hemos conocido y con la que hemos convivido en el mismo sitio.

Además de lo bonita, cómoda y divertida que es la isla, ése fue el motivo por el que nos atrapamos tanto tiempo en Morro: por la buena companhía. Íbamos para 4-5 días y nos quedamos diez. Pero es que es realmente complicado salir de las islas brasucas!! Pensaréis: "Borja, manho mío, vete al puerto, te pillas un maldito barco, y te piras!". Ya. Tiene sentido. Parece fácil, pero no, no es tan simple. De verdad que no lo es! Yo tenía la teoría de que si te quedabas en la isla un mes seguido, ya no salías nunca. Jamás en la vida. Y había ejemplos de ello, porque teníamos fichados ya varios personajes muy peculiares. Dignos de novela. Vaya cracks! Ésos se quedaron una semana de vacaciones más de la cuenta y allí siguen, 30 anhos después. Viejunos locos, artesanos, hippies con rastas blancas a lo Gandalf, fiesteros y borrachos... Existía una pequenha fauna de unos 50 anhos de edad media que era muy curiosa, por decir algo. Y algo les daba la isla, está claro. Algo nos daba a todos. Ellos eran ''los ninhos perdidos". Que ya no eran ninhos, pero que seguían muy, muy perdidos. O no tanto...??? Uuuummmm.... (Y me meso las barbas).

El hostal estaba muy bien, y aunque cada noche nos teníamos que pelear con el seguranza, que era un puto nazi y nos bajaba la música súper pronto, merecía la pena ya sólo por el patio interior, con sus bonitos y olorosos árboles y sus hamacas de luxe. Joder con las hamacas! Qué gran invento, y cómo atrapan las jodías. Son como telas de aranha de dos metros: como caigas dentro ya no sales. Tambi'en me acuerdo mucho de las fiestas en la playa, que eran gratis (no había que pagar entrada) y eran las mejores. Los banhitos al amanecer, después de salir y antes de dormir. Los sensacionales atardeceres que había cada día, y que se veían de fábula desde la terraza de un garito que estaba en lo alto de una colina, con tu birrita en la mano. Recuerdo a Jefferson, el ninho Dios. Que nos honró una vez con su presencia, ya que fuimos sus elegidos, y compartió con nosotros su inmensa, pura e incomparable felicidad. Recuerdo también las risas que caían con los palabros en castellano y en argentino, porque hablamos igual pero siempre salen cositas. Aprendiendo todos tacos a marchas forzadas.

Además de las noticias llegadas de Espanha por las que Javi se había ido hace días, también me llegaron algunas otras tristes por parte de mis padres. Malas noticias en forma de enfermedades,  pérdidas de amigos... Una mierda, vamos. Y recuerdo, perfectamente, hablar con ellos por teléfono desde Morro, contándome todo eso, y diciéndome que aprovechase a tope el viaje, que había hecho muy bien por emprenderlo, y que intentase ser lo más feliz posible en cada momento, porque nunca se sabe qu'e te depara la vida. Aunque me dio pena lo que me contaron, también me alegré por otra parte. Mis padres ya me habían apoyado en su momento con lo del viaje, y aunque yo ya tenía claro que había hecho bien haciéndolo, me alegraron mucho sus palabras. Y es que, gente, lo del Carpe Diem no es hablar por hablar: lo es todo. De verdad lo pienso. En cualquier momento te puede pillar un puto cáncer de mierda, un maldito accidente, o un jodido tsunami. Es así. La vida es corta, demasiado corta para algunos, y puede sonar a una frase ya hecha, pero es que no nos damos cuenta realmente de lo efímera y breve que es. Hay que vivir la vida, exprimirla, sacarle todo el jugo, cada uno a su manera, haciendo lo que de verdad te guste, te motive y te haga feliz, y por eso cada día estoy más contento de haber emprendido la aventura de este largo (o corto?) viaje. Al final es otra vez lo mismo, es lo de siempre: el Tiempo. Todo gira en torno a ese segundo que pasa infinitas veces y que nunca se para ni nunca mira hacia atrás. Administrar, gestionar, aprovechar al máximo ese segundo que pasa, lo es Todo. Ni más ni menos.


5 comentarios:

  1. Omnia vulnerant, ultima necat. Un fuerte besoabrazo desde Tarifa. Gos

    ResponderEliminar
  2. Traduccion, please...??? Tarifa?? Sois unos hippies!!

    joviak

    ResponderEliminar
  3. "Los sensacionales atardeceres que había cada día, y que se veían de fábula desde la terraza de un garito que estaba en lo alto de una colina, con tu birrita en la mano."
    que recuerdos potorrazo!
    El morro es lo mas lindo, como vos ♥

    ResponderEliminar
  4. Todas ( las horas) hieren, la última, mata. Gos

    ResponderEliminar
  5. Aye! Muchas gracias! Me acuerdo mucho de vos, de Morro y de todos los dem'as. Bonitos d'ias! Muaaaa

    Gos: me mola la frase, pero es un poco demasiado triste. No todas hieren! Porque, entonces pa qu'e estamos aqu'i???

    joviak

    ResponderEliminar