Dejamos todos Flor el mismo día, pero por separado: Anita y Javi salían algo antes hacia Sao Paulo para que Pinha pillase el vuelo a Espanha. Allí nos reuniríamos el resto con ella para ir todos juntos a Paraty. Ése creo que era el plan inicial, pero no salió así. Al final, por problemas de escasez de billetes de bus en Sao Paulo, los altos precios, y la deficiente comunicación vía Facebook con Anitosss, nosotros acabamos (las canadienses, Leo y yo) en otra isla, mientras que Anita pudo llegar a Paraty y prefirió quedarse allí unos días.
Nosotros, tras un bus eterno, tras hacer una escala de varias horas que aprovechamos para dar largos paseos por Sao Paulo, después de otro trayecto en bus, y un último viajecito tumbados en la parte de arriba de un lento barco, llegamos a nuestra siguiente parada, una nueva isla: Ilha Grande.
Ilha Grande es bastante más pequenha que la anterior Ilha Santa Catarina, y tampoco hay ningún puente enorme que la mantenga pegada al continente americano. Está situada bastante más al norte que Flor, muy cerquita de Río de Janeiro. Es una isla más bonita, con más encanto, menos explotada y, por lo tanto, con su parte más salvaje. Pasamos allí tres noches, puede que cuatro, y lo hicimos todas ellas en un camping, lo que nos vino de perlas pal bolsillo. Llevábamos con nosotros la tienda de campanha de Chile.
La isla, como todas las de Brasil, tenía su fiesta por la noches, pero como en Flor, aunque siempre dábamos una vueltica por la noche y palpábamos el ambiente (hombre, por favor), nos lo tomamos con bastante calma y no nos liamos mucho. El carnaval se acercaba peligrosamente (sólo quedaban 3-4 días!) y había que guardar fuerzas y pesetas. De este modo, al siguiente d'ia, nos despertábamos pronto y con ganas de patear, conocer y descubrir los secretos que escondía la isla. Y aprovechábamos a tope todas las horas diarias de Sol. Además, en Ilha Grande la recompensa era doble, ya que los paseos por ella eran de dejarte boquiabierto en seg'un qu'e tramos.
Un día fuimos a la famosa playa Lopes Mendes. Preciosa. Brutal. Después de meternos en la selva, pasar otras dos playitas por el camino y adentrarnos dos veces más en la jungla, y tras andar en total más de dos horas, llegabas, por fin, a la maravillosa Lopes Mendes. Una de las mejores de Brasil (dicen), y una de las mejores de este viaje y de toda mi vida. Una playa larga (de varios kilómetros), ancha (donde no hay problemas de espacio aun cuando sube la marea a tope), respaldada por la jungla detrás, con la arena m'as fina y más blanca que hubiera visto jamás, con un mar limpio y claro, de pequenhas y medianas olas perfectas para iniciarse en el surf. Y lo mejor de todo: permanecía vírgen. Sin edificios, hoteles, tiendas, bungalows, casetas o quioscos. Sólo la jungla, la arena, el mar y el cielo. Casi ná. Eso sí, había en toda la playa como cinco vendedores ambulantes. Unos tíos que vendían todos los mismos productos (bolsas de patatas fritas, latas y bocatas), al mismo precio (una jodida barbaridad), y que cuando atardecía (y después de vender casi todo), recogían sus carretillas, no dejaban ni un solo rastro de su presencia, y volvían al día siguiente para hacerse otro fajo de billetes. Eran ricos, de verdad; y una puta mafia. Que no se te ocurra ir a vender una sola piruleta a esa playa porque al segundo día no sales de la jungla. Vaya business tenían los colegas. Lo bueno es que la playa seguía intacta, sin edificación alguna, sin un solo papelito de basura, sin un solo rastro del hombre. Ahí la dejamos, casi al anochecer, sola, descansando. Cogiendo fuerzas para deslumbrar de nuevo al siguiente amanecer.
En la caminata por la jungla me di cuenta de dos cosas: una, es que Tamara es el ser humano más rápido que he visto moviéndose a través de la selva. Flipas con la ninha, iba volando bajo. Parecía Depredador (Predator?). Me daba miedo seguirla y empezar a encontrarme en lo alto de las palmeras a tíos desnudos, muertos y con la piel quitada, como en la peli. La segunda cosa es que no estoy teniendo suerte con los monetes, y me jode. Llavábamos casi cinco meses de viaje por Sudamérica, recorriendo varios tramos de jungla en diferentes países, donde supuestamente en todos hay monos salvajes; lugares donde la penha les ha oído, les ha visto, e incluso les ha sacado buena fotos... Allí, en esa isla, durante ese camino, también todo cristo pudo ver a los monos. Pero yo seguía sin ver un solo mico!! Sé que nos llevaríamos muy bien, no entiendo qué pasa. En fin, una jamadica. Al final voy a volver a Espanha y voy a contar que he dormido hasta con gorilas, para no quedar como un pringui.
Ese día en Lopes Mendes lo aprovechamos a saco, y apuramos tanto en la playa, tanto, que al final... Al final se nos fue de las manos, como siempre. Cuando nos dimos cuenta había que largarse pitando porque ya estaba anocheciendo y nos íbamos a quedar a mitad de camino, en la jungla, sin luz. Y así fue. Cómo no! Esta vez no nos perdimos en la jungla, como en otras ocasiones, ya que había una especie de caminillo bastante bien marcado debido al paso de turistas y nativos, pero sí que nos quedamos medio atrapados en ella por falta de luz. Sin poder ver, sin linternas (en el camping, guardadica en la mochila; muy bien, sí), sin nada de nada. Sólo la más oscura, negra y aterradora oscuridad de la noche en la espesa jungla nos envolvía. Un camino invisible bajo nuestros pies descalzos, lleno de rocas grandes, piedras pequenhas, ramas, raíces, agujeros y bichos. Y muchos, mogollón de ruidos y sonidos de desconocidos animales, cerca y a lo lejos, que se mezclaban con nuestros jadeos y nuestros juramentos cada vez que nuestros dedos de los pies chocaban con alguna puta roca.
Así estuvimos más de una hora, Leo y yo solos, hasta que pudimos atravesar la selva y llegar de nuevo a la civilización. Los bares y sus luces, qué alegría, Leoncio, estamos salvados. Las canadienses iban detrás de nosotros, pero iban todas juntas con una linterna (chicas listas). Jodo, pero Leo y yo pillamos que da gusto. El último rato lo hicimos con mi cámara de fotos. Poniendo una foto con mucha luz, servía como pequenha linterna y alumbraba mínimamente el camino para poder seguir avanzando. Despacico y con buena letra, que no era poco. Yo acabé con el dedo menhique izquierdo reventado (creía que estaba roto), y habiendo recitado varias veces la lista completa de improperios, insultos y juramentos que conozco (una gran lista, hay que decirlo). Creo que, Leo, en algún momento, temió por su vida. Y no por si un jaguar o una serpiente venenosa se la quitaba, sino por el maníaco espanhol que tenía al lado y no paraba de cagarse en todo lo presente.
Otro día hicimos un tour en barco por la isla, con más gente. Duraba todo el día y hacía varias paradas guapas: lagoa verde, lagoa azul... Estuvo de lujo. De esta manera podías hacerte a la idea de cómo era realmente la isla, y te llevaba a los mejores sitios donde tú solo no podías llegar. El color del mar era impresionante, cómo iba cambiando sus tonalidades: verde, turquesa, azul... Y siempre muy limpio. Y peces, muchos peces, en el mar, y también en el barco. Vaya fest'in! Nos daban de comer en la embarcación y nos pusimos finitos. "Sólo" había una parrilla y montones de peces recién pescados. Hasta el culo. Leo y yo no paramos de engullir pescaditos frescos recién salidos de la parrilla. Y sobraban, y más que caían. Qué fácil: un plato de papel, montones de peces y tus manos pa trabajar. Y ya vale. Más feliz que una perdiz.
El último día, jueves (algo), ya sin las chicas porque ellas se iban a primera hora a Río porque que tenían su hostel reservado para ese día, Leo y yo nos dimos más paseos por la isla, esta vez probando diferentes rutas. Y hay que volver a decir que esta isla tiene unos parajes, unas vistas, unos rincones muy, muy bonitos. Estuvimos en otra pequenha y preciosa playa, llena de grandes rocas planas donde te podías tumbar para secarte al Sol. Después, yendo hacia el interior, dimos a parar a un pequenho estanque, unos banhos naturales de agua dulce en mitad de la jungla, donde darse un chapuzón después del paseo y de la sal del mar, era una gozadica. En definitiva, esa isla es un lugar muy guapo, para recordar, con muchos rincones que te quitan el hipo. Un lugar donde te puedes perder en mitad de la jungla, en plena naturaleza, y que está a tan sólo hora y media de una de las grandes ciudades del pa'is, del continente, y, seguramente, de todo el mundo: Río de Janeiro.
Ése era nuestro siguiente destino: la llamativa, famosa y sensual Río. Y creo, me suena, que íbamos justo ese viernes porque algo pasaba... Sí, algo pasaba y algo pasó: COMIENZA EL CARNAVAL.
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