Abandonamos, por fin, Río. Y digo por fin porque ya es lunes, han pasado nueve intensísimos y locos días, y en la ciudad ya no hay ni rastro del carnaval. Y lo siento, pero yo no entiendo a Río sin el carnaval y al carnaval sin Río.
Aun así, no llegamos hasta nuestro destino hasta el miércoles casi de noche. Después de tener que pasar el lunes por la noche en la estación de buses porque no quedaban billetes (te sale gratis la noche pero yo dormí cerete), nos tocó pegarnos un viaje eterno, donde hubo como tres roturas de motor (ya son todo un clasicazo) con sus respectivos cambios de autocar. Y ahí ni te devuelven parte de la pasta que has puesto, ni te piden disculpas, y ni siquiera ves a la gente quejarse. Tienes que hacer de la paciencia tu bandera y la resignación como respuesta, no queda otra. Y menos mal que todavía no nos ha tocado un conductor de éstos que se quedan Soppinstant al volante, o un completo maníaco que se cree Carlitos Sainz cuando se va al Dakar, porque los hay.
Entonces, finalmente, eso es: después de un día y medio metidos en buses varios, llegamos a Salvador. Esta ciudad es completamente diferente a Sao Paulo o Río. Es bastante más pequenha y en 2-3 días puedes visitar todo lo interesante. Y eso es lo que hicimos. Queríamos conocer el noreste de Brasil porque habíamos leído y nos habían dicho que era otro rollo totalmente diferente a lo que habíamos visto, y la verdad es que así es. La música, la comida, la religión, las costumbres de la gente cambian por estos lares. Digamos que es un Brasil más auténtico, más negro, donde sus raíces laten más fuerte.
Dicho esto, no viviría jamás en Salvador. Unos pocos meses, como mucho. Tiene sus zonas para vivir muy agradables, pero son pocas, ya que es una de las ciudades con mayor porcentaje de favelas que hay. Es un lugar muy interesante y divertido para conocer y visitar unos días, pero imagino que es un conhazo pasarte allí más de un anho. Eso sí, el centro histórico de la ciudad es muy, muy interesante. Pequenhas y estrechas calles adoquinadas, llenas de artistas vendiendo sus cuadros, de artesanos armando a mano bongos y timbales, pequenhos museos, bares con encanto de todo tipo, y grupos de percusión y de capoeira ensayando en las plazas. Muuuuuy guapo. Ese barrio tiene un rollo especial, donde se respira arte y mucha música por cada vieja esquina.
Un día fuimos a visitar una iglesia que estaba en un barrio en la otra punta de la ciudad, pero mereció la pena. No soy muy fan de las visitas a las iglesias (creo que me he hinchado ya), pero ésta tenía algo diferente. Es una iglesia donde veneran a un cristo desde hace anhos, y que es famoso en todo Bahia y en medio Brasil, ya que, supuestamente, realiza milagros. Es el cristo del Bom Fim. Gente de todo el país (y de fuera) va hasta allí para dejar su petición al cristo, o para dar las gracias por la ayuda recibida. Es el santo y senha de la religión Candonblé, que se practica mucho por esta zona y es uno de los símbolos de esta sociedad. Esta religión es afro-brasilenha, con algún aspecto católico, y la trajeron aquí los esclavos africanos que llegaron a Bahia. Su nombre significa "baila en honor a los dioses", los Orishas, y el baile y la música son muy importantes en esta religión, y por lo tanto, en esta ciudad. También practican ceremonias afro-brasilenhas de vudú, pero a eso no llegamos... Aunque no hubiera estado nada mal presenciar una sesi'on.
El caso es que me intrigó la historia del cristo, y allí que fuimos. Es realmente impresionante llegar allí y ver toda la reja, de dos metros de alto, que rodea el recinto de la iglesia, completamente llena de cintas de colores que te venden allí mismo, y que van atando las miles de personas que acuden allí anho a anho. Esas cintas son el símbolo de la fé del ser humano, ni más ni menos. Aunque, lo que de verdad es sobrecogedor, es meterse dentro del edificio, y llegar hasta un pequenho cuarto que hay al final del edificio, en el ala derecha. Un cuarto de unos 16 metros cuadrados, lleno hasta arriba de fotos, cartas, dedicaciones, cuadros bordados... Todos ellos dando las gracias al cristo por los milagros recibidos. Y hablaban de enfermedades realmente chungas. Pero lo más brutal estaba en el techo: totalmente inundado de piernas y brazos ortopédicos, de personas que los hab'ian llevado all'i porque ya no los necesitaban gracias al senhor de Bom Fim. Tenía que ser un sitio que desbordase felicidad, y así lo era, pero a mi ese cuarto me daba un mal rollo que te cagas. Aunque no podía dejar de mirar y mirar sus paredes, de leer y leer las milagrosas historias. En fin, yo no creo en nada de todo esto, o me cuesta horrores llegar a creeerme algo. Pero allí sentí algo, no sé el qué. E hice como siempre que he pedido algo: cosas buenas para la gente buena.
Por el norte sí que le dimos fuerte a la comida típica de la zona. Seguíamos sin poder ir de restaurantes, pero practicamos mucho, Leo y yo, los puestos callejeros. Acarajé, acaí, tapiocas y varias movidas más muy ricas, baratas (para ser Brasil) y típicas de Bahia. Otro punto a favor de Salvador fue el hostal. Aunque estaba muy bien situado, justo delante de la playa, con un terrazote brutal para beber caipirinhas hasta el amanecer (que me pasaba siempre), lo de verdad bueno fue la gente que conocimos allí. En un par de noches hicimos colegas y ya formamos un pequenho grupo para irnos juntos a Morro. Porque allí, todo el mundo que estaba en Salvador, se pasaba siempre unos días por Morro. Morro de Sao Paulo es una islita de Bahia que estaba en nuestros planes y que a mí ya me habían recomendado. Así que después de tres noches y dos días en Salvador, pusimos rumbo de nuevo a otra isla brasileira. Y, amigos, casi no salimos de ella!!
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