lunes, 13 de enero de 2014

Días 244-260: Myanmar (III)

Hombres con faldas. El denominado longi birmano. Muy guapos. De todos los colores y estampados. Es un rollo pareo, pero cerrado. Como una falda, de una sola talla, que te ajustas a la cintura y con lo que te sobra de tela te haces un nudo más o menos debajo del ombligo. Mola. Y es cómodo de cojones. Yo hasta me pillé uno en un mercado de Yangon. No podía irme del país sin comprarme uno de esos. Y joder, la verdad es que todavía no me lo he puesto fuera de casa. No tengo huevos de salir a la calle con eso. Qué tontico soy.

Otro rasgo típico de este país es su versión de la crema solar Nivea de toda la vida. No paras de ver caras y caras, sobre todo de niños y mujeres, pintadas con una especie de crema blanca muy peculiar. Es un ungüento que fabrican ellos mismos, machacando las raíces de una planta. Les protege de la fuerza desmedida del Sol, y a su vez también es utilizado de modo decorativo, en niñas y mujeres, con bonitos trazos sobre la cara. Podríamos decir que también les sirve de maquillaje Loreal, así como de seña de identidad.

Estuvimos en Bagan, antigua capital durante varios reinados. ¡Cómo no estar! Uno de los lugares más espectaculares de todo el viaje, y seguramente del planeta. Asombroso. Imaginad en vuestra mente una gran llanura, muy árida, una extensión de terreno enorme, interminable, y toda ella salpicada por innumerables templos, pagodas y estupas, por decenas, por cientos, ¡por miles de ellos! Y no exagero ni un ápice. Quedan en pie todavía más de 2000 construcciones.

Los había de todos los tamaños, unos mejor conservados que otros; algunos de ellos eran impresionantemente enormes y bonitos. Íbamos en bici de un templo a otro, y no había que hacer colas ni movidas de esas, no había personal, no había seguridad, no había nada... Subíamos, bajábamos, saltábamos y trepábamos por los templos, como los monos del Libro de la selva. Salvajes, libres, felices. Y cuando subías bastante a un templo de los de mayor altura, la vista era... Un jodido pasote. Un lugar irreal. Cientos de puntas, de agujas queriendo llegar hasta el cielo; miles de templos se alzaban ante ti, orgullosos, sacando pecho, como diciendo: "Aquí sigo yo, chaval. Y espérate". Recuerdo que sobre algunas de esas milenarias piedras pudimos disfrutar de un amanecer y también de un atardecer. No fueron los únicos del viaje, ni mucho menos. Pero estoy seguro de que en muy pocos lugares de este mundo, el ver la salida y la puesta del Sol puede ser tan diferente y tan especial.

Los paseítos en bici, a veces en modo carrera, de templo a templo, eran una gozada. El rollico era cómodo y muy molón. Los únicos inconvenientes eran el calorazo y la pedazo de humedad que había en el ambiente. Las sudadas sobre la bicicleta fueron históricas. Sin duda alguna puedo decir que la segunda mayor sudada de mi vida fue en Bagan. Sí, la segunda. Porque la primera fue en este viaje pero todavía no hemos llegado. No me sean impacientes. Todo llega. La calda era tan, tan, tan seria, que un tío que curraba en el hostal y se hizo colegui nuestro, nos llevó una tarde a bañarnos al río. Sí. Río. Sí. Asia. ¿Ya sabéis por donde voy, no? Era un río bastante ancho y caudaloso, y sus aguas eran de color marrón. Muy marrón. Más oscuro de como yo me hago el Nesquick, vaya. Ahí debajo podía estar de vacaciones Nessy, el monstruo del lago Ness, y no se enteraba ni el Putas. Pero qué leches, hacía un calor del horror, a 50 metros había unos críos en pelotas gozándosela en el agua, y quieras que no, cuando llevas 9 meses de viaje por donde habíamos estado, el asco al barro y el miedo a los cientos de reptiles y miles de bichos que estaban pasando por ahí al lado, habían menguado hasta casi desaparecer. Y allí nos bañamos, muy tranquilos y disfrutando, tanto que al final nuestro colega nos tuvo que sacar del río porque empezaba a propagarse la oscuridad.

Otro de los momentazos de Bagan y de las dos semanas en Myanmar, fue la visita a una pequeña aldea de gente local. Ellos realmente ya estaban muy acostumbrados al turismo, y que la gente se pasee por su diminuta aldea y por su casa no les afectaba lo más mínimo. Todo lo contrario. Nos enseñaron su hogar y cómo vivían y se ganaban la vida. Cómo tejían el algodón, cómo cocinaban y cómo fabricaban el aceite de cacahuete. Convivían allí una o dos familias, y como cuatro generaciones distintas. Estuvimos jugueteando un rato con los niños peques, y luego nos sentamos con la bisabuela. La vieja era una auténtica jefa. Estuvimos bebiendo te y fumando con ella unos purazos que liaban y vendían ellos mismos, y que te ponían la cabeza bien guapa.

No hablamos con ella. O no sabía inglés o directamente sudaba de hablarlo. Pero su mirada era limpia; y daba más calor que los puros que se liaba. En la vida se me va a olvidar la cara de esa mujer. Una cara llena de arrugas bien marcadas, como esculpidas en piedra con cincel. Una cara que transmitía buen rollo, serenidad, Historia y belleza. Exactamente lo mismo que transmitía el lugar donde llevaban viviendo cientos de años y donde nosotros pasamos tres días de ensueño. Era la cara de Bagan.

2 comentarios:

  1. Casi me pongo a llorar, bravo colegui, go on..cuando quieras claro, sin presion ;)

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  2. ¡Jajajaj! You know, I take it easy... :D

    Ahora sí que de verdad me he propuesto acabarlo en una breve temporada. Pero eso, sin presión. ;)

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