miércoles, 11 de enero de 2012

Días 60-63: El Camino Inka. Machu Picchu

Primer día.

Después del madrugón del horror, el trayecto en bus hasta el Valle Sagrado, y un desayunaco en toda regla incluído en el precio del pack, nos disponemos a emprender el Camino Inka.

Hace un calor tremendo, el Sol pega como si le debiésemos dinero y quisiera hacernos pupa, y no corre ni una miaja de aire. En el ambiente se palpa mucha emoción, muchas ganas, y mucha ansia de abordar las primeras montañas. Aunque para ser sinceros, nuestras fuerzas, para ser el primer día, no están al ciento por ciento. Los Piñas llevan con diarrea desde hace unos días, aunque parece que ya mejoran; y yo, además de llevar un medio catarro importante, justo esa misma mañana empiezan a asomar ciertos indicios de la maldita e inoportuna diarrea... El kit completito para subir a los Andes, vaya.

Aún así vamos sobrados y nos vemos muy fuertes durante todo el día. Sin embargo yo agradezco los oportunos descansos que vamos tomando cada cierto tiempo. Los otros tres miembros del Equipo van a tope y hasta les parece mal parar a descansar. Mi revoltosa tripa y mis congestionados pulmones no opinan lo mismo.

El día consiste básicamente en continuos up&downs, es decir, subir y bajar constantemente, sin que ninguna subida sea muy dura de pelar. También hacemos las presentaciones de todo el grupo, y vemos unas primeras ruinas inkas. Somos unas dieciséis personas, más el guía (William), el ayudante del guía (Raulito) y como una docena (o quizá más) de porteadores. El grupo a primera vista parece realmente bueno, se respira un ambiente sano, y somos los únicos españolitos, que también mola.

La jornada transcurre con tranquilidad, exceptuando mis problemas intestinales, que ya no son indicios: son un hecho totalmente consumado. Y tanto. A mitad de camino ya tengo que utilizar los "baños naturales" (como decía William). Traducción: deja la mochila, pilla papel, vete corriendo detrás del primer arbusto que tengas a mano, y deja allí un poco de abono güeno pal campo, que nunca viene mal. El tema se pone escatológico, lo sé; y no voy a dar detalles porque son realmente escabrosos, pero oye, es lo que hay.

Llegamos al campamento base del primer día los primeros, muy contentos, aunque yo ya llevo un careto de muerto que ni en Haloween. El resto del Equipo van a full y con las fuerzas intactas. El día ha sido bastante más light de lo que pensábamos, aunque la calufa hubiese apretado de lo lindo.

La verdad es que llevábamos buenas provisiones para los cuatro días: unas hojas de una planta que habíamos pillado en el Valle Sagrado (Muña o algo así se llamaba), y que servía para abrir los conductos respiratorios y aspirar mejor, rollo Vicks Vaporub; unos paquetitos de hojas de coca que compramos en Cuzco y que las mascabas y supuestamente te ponían como una moto; y alguna otra hierba más en nuestro haber. Vamos, que ni el druida Panoramix.


Segundo día.

Esta segunda jornada era la más dura de las cuatro, y con mucha diferencia. Prácticamente todo el día subiendo sin parar, con unas pendientes realmente empinadas en algunos momentos, que no se las subía ni el bueno de Pantani cuando iba puesto hasta las orejas.

Hasta el primer descanso largo, que era como a las dos horas, yo fui bien y con el grupo. Después de eso, me empecé a descolgar y comenzó mi auténtico infierno inka. Mamma mía qué locura. Leo y Anita iban genial, mención especial para Anitosss que la tía subía como una jabata. Piña iba un poco más justo, también con algo de diarrea, pero sin problemas y a su marchica. Pero yo no. Ni mucho menos. Me empezó a entrar un cansancio brutal, cuando quedaba todavía como el setenta por ciento del recorrido de ese día. La tos empezó a ser constante y cada vez más ruidosa y fea. Muy chunga. No podía respirar, y a cada diez metros tenía que parar. Por si fuera poco, la diarrea estaba en todo su apogeo, y, hablando en plata, me cagaba vivo. Encima, las subidas no eran como las del día anterior, y era imposible salirse del camino a hacer tus necesidades, porque las 400 personas que estaban haciendo la ruta ese día te veían medio escondido, de cuclillas, a dos metros suyo, sufriendo la auténtica cólera del mal de tus infectados intestinos... Sí, toda una odisea. Jodida cagalera.

Que te viese la peña o te dejase de ver, en el fondo era lo de menos, por supuesto. El caso es que debido a la horrenda y constante tos, a la diarrea, al vómito que eché en plena subida, y a que me quedé sin agua cuando aún faltaba un buen trecho, me quedé sin fuerzas, absolutamente, y la subida fue una de las experiencias más duras de mi vida. Sin duda alguna. Me deshidraté. Y cada tres metros, ¡tres metros! Tenía que parar y respirar durante un minuto. Fue un cebatil. La gente que pasaba me ayudaba, me daba agua, ánimos; y yo a cambio les daba mucha pena y mucha lástima. Me quedé el último de las 400 personas que subían ese día. Niños, viejunos, gorditos, incluso me pareció ver cómo una tortuga con esguince me adelantó ese día. Fue un sufrimiento descomunal. Muerte en vida.

Al final, conseguí llegar al segundo punto de descanso (todavía quedaba media jornada de subida animal y luego de bajada de cabrón). Gracias a que William me pilló mi mochila, gracias a los ánimos de Raulito (que iba detrás del todo con dos chicas canadienses de nuestro grupo), y gracias a que mandaron a un porteador a que me ayudase a subir los últimos metros. Literalmente, este buen hombre (un ángel caído del Cielo para mí), me pilló el brazo, se lo puso al hombro, y tiró de mí las últimas decenas de metros. Cuando llegué y éstos me vieron, fliparon. Ahora nos desojonamos, pero allí se acojonaron. Estaba más blanco que mi amigo Juan Luis Lauroba en invierno, con una cara que era un poema, arrastrando los pies y sin poder hablar.

Me tumbaron, me taparon, me pusieron encima una manta térmica que más parecía la bolsa de los muertos de CSI; y ahí me dejaron un rato mientras debatían si me tenáin que mandar abajo y quedarme a mitad de Camino Inka. Yo les escuchaba, de fondo, como si fuera una llamada de teléfono que se escucha muy bajita, pero era incapaz de articular palabra. No tenía fuerzas. Entonces, se les ocurrió darme Gatorade, para ver si me hidrataba y podía seguir, aunque no las tenían todas consigo; claro, los guías no querían arriesgarse a que me quedase tieso ahí arriba... Pero funcionó. Me bebí un litro de ese líquido naranja, y empecé a poder reaccionar. Joder si funcionó. Recuperé sales minerales y todo el rollo ése que te cuentan (y que en este caso ya os digo que es verdad), y pude seguir la subida (y eso que quedaban las rampas más chungas).

Tengo que volver a agradecer al Equipo su ayuda, porque pillaron mi mochila y se repartieron mis cosas. Por esperarme y hacer los últimos tramos a mi ritmo. Y tengo que volver a dar gracias a William, a Raúl y a los porteadores, que me ayudaron a saco, y me trataron como si fuesen de mi familia. Qué majos, y qué sustico les di. Súper buena gente, no me cansaré de repetirlo. Gracias.

Ese día subimos al punto más alto de todo el Camino: 4.210 metros de altitud, casi ná. Y bueno, además de todas mis movidicas, nos pasó de todo: calorazo al principio del día, luego un viento y un frío tremendos en el segundo parón (cuando yo estaba tieso como una momia), y mientras hacíamos el único descenso del día, por unas piedracas que alucinas, nos cayó una lluvia torrencial con granizo y todo lo que te puedas imaginar. Una delicia. Ya era lo que faltaba para culminar una jornada inolvidable, porque los resbalones y las caídas de culo sucedían cada cinco minutos. Si ese día no me abrí la crisma tampoco, nunca me la abriré. Inciso: la marca Quechua no está mal, calidad-precio y todo lo que tú quieras, pero cuando estás en plena montaña y con condiciones tan adversas, te cagas en Decathlon y su marca blanca para el resto de tus días. Demonios, yo creo que mis pies descalzos tienen más grip.


Tercer día.

La jornada más bonita de las tres. Vas pasando de los Andes, plena montaña, hacia la jungla. Y se nota. La vegetación, los árboles, el paisaje va mutando poco a poco. Pasamos por tramos realmente preciosos. Como el primer día, hay bastantes up&downs, pero son más duros. Aunque no se acerca, ni de coña, a lo de la jornada anterior.

Yo estoy bastante recuperado. Hidratado, con mucha menos tos, y mucho mejor de tripas. No es cuestión de hacer publicidad y aquí la estoy haciendo, pero otro producto que funciona a las mil maravillas, con mucho menos reconocimiento que la famosa aspirina de Bayer, es Fortasek, "El Gran Aliado". Chico, mano de seda. Eso corta en seco hasta el río Nilo si se lo proponen.

Antes de dejar de escribir, es necesario hablar de los porteadores (esos súper hombres), y de el cocinero de nuestra expedición (ese genio de los fogones). Este tío, el cocinillas, era un megacrack, un superclase. ¡Cómo nos daba de comer! ¡Y en plena montaña! Flipamos y mucho. Siempre sobraba comida, y estaba todo de luxe. No sabíamos cómo diantres se las apañaba para cocinar las exquisiteces que nos sacaba, eso, en plena montaña,con tiendas de campaña, y sin una cocina medio digna. Tortitas, tarta de cumpleaños para Keri, crepes con flambeado (¡flambeado!) de no sé qué, tapas delicatessen... Un puto genio. Y, capítulo aparte para los porteadores. Qué tíos, qué bestias, con todos mis respetos. Llevaban a cuestas las tiendas y la comida de toda la expedición , con unas mochilas a la espalda que sólo de ponértela encima te tenía que partir el espinazo. Y subían y bajaban corriendo, como si les quemase el ojete, ¡en alpargatas! Te pasaban como motos, y es que cuando tú llegabas al campamento, ya habían montado todas las tiendas, y ya tenías la comidita caliente preparada. Increíble. Ellos sí que son de una raza superior, y no los blanquitos de ojos azules. Y en cuanto te dabas la media vuelta, te ibas a lavarte los piños, ya habían recogido el campamento entero y se disponían a seguir el camino para esperarte más arriba con todo montado de nuevo. Siempre serviciales (hasta demasiado), siempre ayudando; humildes y con una sonrisa constante el su cara. Esos hombres realmente nos impresionaron. Una locura lo que hacían. Yo a uno le debo casi la vida, y cada vez que le veía y le daba las gracias, él sólo sonreía y agachaba la cabeza, como con vergüenza. En fin, otro rollo de gente. Mejor.

También hay que destacar el mérito de muchas personas que hicieron los cuatro días de Camino: niños pequeños, personas bastante mayores, y gente que no estaba en forma ni mucho menos. Gente que se lo curró mucho, que le echaban huevos y ovarios, y subían como jabatos, siempre de buen rollo y con la sonrisa en la cara. Daba gusto verlos. Y eso que el más cadáver de todos ellos, fue, sin dudarlo, el menda que le está dando a las teclas.


Cuarto día.

Tras un nuevo madrugón, empezamos el último y gran día de todos. Por cierto, que el tema madrugones era un canteo muy serio. Cada día nos levantaban antes, y eran horas intempestivas, horas en las que nadie debería levantarse, horas que no son para que se despierten los seres humanos. Al menos los seres humanos españoles. Esas horas, y estoy hablando de las cinco, cuatro y tres y media de la mañana, son las horas de los buhos, las horas de las estrellas y la Luna, de los sueños húmedos, de los vampiros y de los Hombres Lobo.

Después del susto al despertarnos, y gracias al chocolatito caliente que nos traían a la mismísima tienda (¿¿unos cracks o no??), emprendíamos la última subida para, por fin, llegar a la deseada y ansiada ciudad perdida del Machu Picchu. La excursión esta vez era lo de menos, ya que sólo eran unas dos o tres horitas hasta llegar allí. Y, bueno, qué decir... Ese lugar es mágico, de verdad lo digo. Al principio, cuando llegamos y lo teníamos debajo, no se veía nada, porque el cielo estaba lleno de nubes y había una niebla muy espesa. La decepción y la congoja estaban presentes en todos nuestros rostros. Pero William, el guía, que ha subido ahí ya como 200 veces, nos dijo que iba a cambiar. Que únicamente teníamos que seguir sonriendo como habíamos hecho todos los días (keep on smiling guys!). Decía que era fundamental, porque sin sonrisas la niebla no se iría. Los espíritus decía él, el karma dirán otros, o, simplemente, las condiciones meteoroĺógicas que ahí son constantes y lo hacen muy rápidamente, que también. El caso es que tuvo razón, y la mística surgió, y mientras bajábamos para llegar hasta la mismísima ciudad inka, la niebla desapareció, las nubes huyeron como si un dios las persiguiese para castigarlas, y un Sol impresionante se alzó ante nosotros, y ante las imponentes ruinas de Machu Picchu. 

Como decía, ese lugar tiene magia, tiene algo que yo no soy capaz de explicar con palabras. Tiene un algo, un no sé qué que qué sé yo. El morbo en una mujer, la chispa, eso que no se puede explicar pero que es lo que te atrae y te vuelve tó loco. Eso es lo que tiene el Machu Picchu. Es impactante, brutal, precioso, increíble, impresionante, abrumador, bestial. Acojonante. Y todos los adjetivos que le quieras poner. Ni la mejor foto del mundo se puede acercar a estar allí y verlo con tus propios ojos. Y pasear entre las ruinas, esas ruinas tan bien conservadas. Porque, además, es mucho más grande de lo que te imaginas. Todo rodeado de impresionantes montañas por cualquier lado. Con las nubes, en ciertos momentos, tan cerquita tuyo, que parece que las pudieras aspirar y dar una gigantesca calada con ellas.

Las nubes tienen la misma importancia en el camino que las montañas. Son parte del trayecto, del paisaje, y le dan ese toque tan especial. Como las llamas, esos bichos que te cruzas cada día por esos lares, y que pastan indiferentes a ti, pero lo hacen de una manera altiva y orgullosa. Y las tres noches, los cuatro días, el intenso calor, el horrible frío, la lluvia y el granizo, las risas, las agujetas, las fotos, la diarrea, la tos y el vómito, los compañeros, los silencios, los amigos, los abrazos... Todo eso es el Camino Inka. Una experiencia irrepetible e inolvidable. Y es que la belleza del sitio es innegable, cualquiera persona de este mundo la podría apreciar. Pero también estoy seguro de que el sabor de boca es mucho mejor después de esos cuatro días. Que no es lo mismo subir en bus hasta la puerta del recinto y entrar directamente.

Ha sido lo mejor del viaje hasta ahora, y en eso coincidimos todos. Y este año, sin saberlo nosotros, era el centenario del descubrimiento de este maravilloso lugar. Así que mira qué bien. Y ya para colmo, justo al día siguiente, vimos un informe (no recuerdo de qué publicación) que decía, después de numerosos votos, que la primera cosa que hay que hacer en esta vida antes de morir es visitar el Machu Picchu.

Así que ya sabes: no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. No te arrepentirás. A mí todavía se me pone esa sonrisa estúpida en la cara cada vez que pienso en ello. Y sé que esa sonrisa nunca va a desaparecer. No, nunca lo hará.

6 comentarios:

  1. Gracias, es impresionante. Y gracias al Equipo. Abrazos.

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  2. Estoy leyendo esto en la biblioteca rodeada de gente y estoy haciendo un esfuerzo por no llorar de la angustia y de la emoción. Una historia salvaje. Qué calladito te lo tenías Borja. Sin duda, gracias Equipo!! Que sigáis descubriendo lugares mágicos.

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  3. Joé, ya te digo! Yo me he agobiado muchísimo imaginándote como un zombie deambulando por pendientes imposibles.
    Qué buena esa gente que se portó tan bien contigo! De nuevo, gracias al equipo!
    Parece una experiencia única. Sois unos campeones.

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  4. Qué buena experiencia! Y qué buen relato! En muchos pasajes me hiciste sentir que estaba ahí. Gracias x compartir esto con la "aldea global"!!!

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  5. Muchas gracias. :)

    joviak

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