miércoles, 4 de junio de 2014

Días 261-282: Camboya (II)

Phnom Penh es la capital y la mayor ciudad del país. Digamos que no ofrece nada especial a los turistas, a no ser que sea tu primera visita a Asia y no conozcas la manera de comportarse en una urbe de los asiáticos, su ritmo frenético de vida, su caótico tráfico, y los fuertes olores y estridentes y constantes ruidos en casi la totalidad de sus calles y callejones. Siempre hay algo que llama tu atención, negativa o positivamente, eso ya es algo subjetivo, las cosicas de cada uno.

A pesar de, quizá, esa magia que no atesora la capital, si estás en Camboya, has de pasar al menos un día o dos por aquí. ¿El motivo? Tener unas horas para intentar entender el denominado genocidio camboyano. Acojonante. Para ello pillamos un bus que nos llevó a uno de los principales campos de exterminio que hay a las afueras de Phnom Penh, y pasamos allí como medio día. Me voy a poner el traje de informante, y no de historiador, sólo por un instante: Camboya, 1975, la Kampuchea Democrática, tras el derrocamiento del general Lon Nol, toma el poder. Bajo la dirección de su líder Pol Pot, los denominados Jemeres Rojos, gobernarán hasta 1979 de una forma totalitaria, consolidando un sistema económico radicalmente agrario, evacuando las ciudades y destruyendo la civilización urbana y su cultura. Querían recuperar la cultura jemer ancestral del Reino de Camboya, y con la excusa de la llamada búsqueda del enemigo interno, aplicaron intensivos métodos de detención, tortura y asesinatos selectivos en masa. Este fanatismo acabó con la vida de unos dos millones de personas en tan solo cuatro años. ¡Una cuarta parte de la población del país murió asesinada en manos de sus propios compatriotas!  Una jodida masacre. Ahí estuvimos nosotros, en esos campos donde no paran de seguir sacando huesos enterrados de sus antepasados. Donde había zanjas, fotos, cráneos y datos que te revolvían el estómago. El mayúsculo infierno que ha pasado toda esa gente. Y lo increíble, lo más chocante de la tragedia, es que fue tan sólo hace 35 años. Tres años después nacía yo. Terrible sociedad en la que vivimos. Las historias que contaban, las cosas que leímos... Movidas que creías inverosímiles, por la atrocidad de los detalles, y porque, repito, eso pasó hace sólo 35 putos años. Tremendo. Vergonzoso. Inexplicable. Muy loco... Los camboyanos, obviamente, tienen que seguir tocados, y únicamente los niños y los más jóvenes no han sufrido el horror de cerca, y no tienen su memoria corrompida y envenenada por la inservible venganza.

En fin, cambiemos de tema. Y aunque no hable de los Osos Amorosos, al menos dejamos de lado los asesinatos en masa. Hablemos de: ¡les putes! Asia es un macroputiferio. Guste más o menos, eso es así. Hay miles y miles de ellas, y abundan más en las grandes ciudades y en los lugares más turísticos. Cuando estábamos de fiesta por ahí, no sabías si las tías locales que se te acercaban eran prostitutas o no. ¡Siempre dudabas! Pero es que muchas de ellas creo que tampoco lo tienen mu claro. No te piden pasta de primeras, pero sí que algunas, pasado un ratico, dejan deslizar por sus bocas la allí tan manida palabra money o dollar. No te lo piden, no te lo exijen, pero si les das algo, lo que sea, 4 ó 40, no te lo van a tirar a la cara... Lo que también se ve mucho, y esos casos no ofrecen duda alguna (asco es lo que dan), es a numerosos viejunos occidentales (la mayoría Bristish) con jovencitas locales cogidas por el brazo. Está claro que esas pobres niñas sí que están ejerciendo, que lo hacen obligadas, amenazadas o porque no tienen remedio alguno, y, probablemente, en muchas ocasiones están contratados sus servicios por el viejo verde desde varios meses antes, gracias a una sucia pero lucrativa agencia en  internet. Reservas online de menores camboyanas, desde tu despacho en London, con vistas al Támesis.

Lo acabo de leer, y joder, vaya post triste y oscuro que está quedando. Acabemos estas líneas con algo más animadete, ¿no? Como los pijamas de los camboyanos y de muchos asiáticos, que son un canteo, y no sé si está de moda o qué, ¡pero es que mucha peña va por la calle en pijama! Sobre todo los nenes, cantidad de ellos iban con sus atuendos para dormir por la calle. Muy risas. Por si algún frikander está interesado, el producto estrella es (o era) los Angry Birds. Ahí lo dejo. Igual de animadas fueron las dos noches que salimos de farra en la capital. ¡Espectacle! En una me tuvieron que llevar a mitad de noche al hostel porque me bajé en marcha de un tuk-tuk cuando iba achispao (ojos) y casi no lo cuento: pérdida de conocimiento, peazo raja en la ceja y un ojo morado como los de antaño. Plas, plas, aplausos. Y la otra, fue incluso mejor: amanecí al lado de un tía, en una especie de cuarto hecho a base de maderos, por no llamarlo choza. Flipando un poquito salí a la calle, y vi que ésta no era una al uso, era la jodida vía del tren, y yo estaba en una especie de barriada construida en paralelo a lo largo de la vía. Caviar de despertar. En dos segundos me di cuenta de que era el único blanco, y que incluso los perros callejeros y las gallinas me miraban raro. Me despedí como un caballero y huí de ahí despavorido, levantando polvo tras cada pisada. Un taxi-moto de un pavo que paré ahí al lado me llevó hasta el hostel. Sano y salvo, one more time!

¿Verdad? ¿Mentira? ¿Mentira? ¿Verdad? Como dijo alguien: el que busque la verdad tiene el riesgo de encontrarla.

jueves, 8 de mayo de 2014

Días 261- 282: Camboya (I).

Antes de todo, debo corregir el lapsus del último post: no nos vamos a Laos, de momento, será el siguiente país a visitar, antes vamos a disfrutar de la poco reconocida Camboya. Una nación que nos sorprendió de lo barato que era; más que Myanmar y mucho más que Tailandia. De hecho, cuentan que Tailandia era así hace 10 años, y que los camboyanos ya van de camino, occidentalizándose... Es lo que hay. Al final acabaremos siendo todos iguales, orientales y occidentales, como una fábrica de clones. Vamos, un coñazo.

En mi diario de viaje tengo todo tipo de notas, de frases y de pequeños textos; había semanas muy productivas en las que anotaba de todo, y había otras en las que casi no escribía nada. Las de Camboya fueron de las del segundo tipo. Poco material escrito veo. Las primeras palabras que anoté en Camboya y sobre Camboya fueron a bordo de un barco, iba yo solo (me refiero a sin nadie del Equipo), y ya llevábamos en el país como 12 días.

El barco me llevaba de vuelta al continente, a Preah Sihanouk o Sihanoukville, como ya la conoce todo quisqui. Habíamos pasado  3-4 días en la Monkey Island. Una islita minúscula, en el golfo de Tailandia, con una playa preciosa. Recordaba un poco a Capurganá, en el Caribe colombiano, por su belleza, su paz y tranquilidad, por su precario sistema eléctrico, y por su casi total virginidad... Uno de esos lugares con magia, donde parece que no pasa el tiempo, y la sonrisa se te congela en la cara. Allí nos pegábamos metidos en el mar como 10 horas al día, buceando o jugando al fresbee, felices cual delfines. Las otras actividades eran sobar y comer rico. Probé con Piña  el mejor Fish&Chips del mundo mundial, pescado y cocinado por un British que había escapado de su isla para instalarse en otra mejor, donde pega el Sol, el mar es transparente y se escuchan las aves y los monos en lugar de los coches. Otro gozador más listo que la mayoría de nosotros.

Como ya he dicho,voy conmigo mismo. Me apetecen un par de días de ir a mi bola, estar solo, básicamente. Creo que fueron los únicos tres días en todo el año que estuve sin nadie del Equipo. Algo que para personas como yo, que necesitamos nuestros momentos de soledad y que estamos acostumbrados a ellos, es totalmente necesario. Ahora que miro hacia atrás, me parece alucinante haber pasado tanto tiempo con gente, constantemente. Pobre Leoncio, mi fiel compañero de alcoba, tuvo que sufrir en más de una ocasión la rareza de mi persona... Y, además de mi pequeña necesidad de soledad, también quería ver la semifinal de la Eurocopa contra Portugal, y en esa isla era imposible. Por no hablar de una germana, Caroline, que no me hubiera importado volver a ver... 

En Sihaunoukville también pasamos unos 5 días en total. Lugar muchísimo más turístico, lleno de hostales molones y garitos gestionados por locales pero cuyos dueños eran todos British. Por las noches, en todas y cada una de ellas, locales y guiris nos íbamos de fiesta: bares de playeros, buckets, beer pong y mucho baile. La ciudad, que es el primer puerto del país, cuenta con una interminable playa. Las barbacoas diarias (3 dollars) al atardecer en la playa, tu peazo de birra fría de barril (¡cuarto de dollar!), con los pies jugueteando en la fina arena, con el mar a tan sólo 6 metros, y tumbado en una jodida maravilla tecnológica artesanal de bambú, que era un híbrido de silla-puff-tumbona que te morías del gozo.

Los camboyanos son gente muy abierta, cercanos, simpáticos, cantarines, incluso payasetes, y son como muy tocones. Algo les pasaba allí conmigo, sobre todo en Sihaunoukville, porque no paraban de hacerme chorradicas y bromitas cada dos por tres. Muy majetes, la verdad.

Cuando volvía de Monkey Island era el 27 de junio de 2012. Llevábamos justo nueve meses de viaje. Un parto, una gestación. Ya sólo nos quedan tres meses más, amigos, un cuarto del camino. Se dice pronto. Salimos de Madrid un 27 de septiembre de 2011 (lo llevo tatuado), y teníamos claro que queríamos apurar el billete de avión hasta el final, hasta el último día posible: el 27 de septiembre del siguiente año. 


Ya sólo nos queda Laos, nos queda Vietnam, y nos queda la India. Pero no tan deprisa, culebrillas, todavía nos falta la mitad de Camboya... Y os va a gustar.


lunes, 24 de febrero de 2014

Días 244-260: Myanmar (V): el lago Inle.

El lago Inle es un lugar bonito, rodeado montañas, con bastante actividad de pescadores, pequeños comerciantes y turistas, pero, a la vez, es un lugar tranquilo, para relajarse, donde se respira una cierta calma muy agradable. Nyaung Swe es la localidad donde nos hospedamos, pequeño pueblo y aún así una de las mayores poblaciones de todo el lago. 

Subidos en una lancha como la del día de la llegada, dimos un gran voltio por todo el lago. No era de más de un metro de ancho, e íbamos todos en fila india, sentadicos en silla (en este caso llevaba asientos, lo cual fue muy agradecido, vitoreado y hasta aplaudido por nuestro ajetreado culo). El chófer iba en la parte de atrás, controlando el motor y llevando la dirección de la embarcación.

Este tour que duró como medio día fue muy interesante. Vimos cómo fabrican artesanalmente los puritos (colocón) que tanto fumamos en ese país; cómo fabrican el papel para las sombrillas que todos los turistas acaban comprando; y vimos también tejer, concretamente a tres mujeres padaung, "mujeres de cuello de jirafa" o "mujeres de cuello largo". Allí estaban, tejiendo elaboradas telas, siempre sonrientes, con sus inacabables cuellos llenos de ajustados collares de metal. Hablo de ese tipo de mujer de las que ya quedan poquísimas de ellas, que sólo las puedes encontrar en el estado de Shan, aquí en Birmania, y quizás en Tailandia, las que huyeron por el régimen militar birmano y consiguieron no morir de camino a la frontera. Hay muchas historias y teorías a cerca de esta curiosa tradición, seguramente la mayoría son falsas, pero lo que está claro es que estas mujeres todavía existen y que es impactante su visión. A mí me hizo mucha ilusión, porque ya me pude creer de verdad una foto que vi hace tiempo, de pequeño, y que me dejó to loco durante varios años de mi tierna infancia. Eso es, sí, hablo de la mítica portada de National Geographic.

El lago está lleno de pescadores. Fishermen everywhere! Muchos de ellos van en una especie de piraguas, sin motor, y desde la parte de detrás, la popa (lo he tenido que chequear en Google...), reman de una manera muy singular: estando de pie, pillan el remo con el brazo derecho y lo sujetan con la pierna del mismo lado, y haciendo algo parecido a una media luna con la pierna, van remando poco a poco. Extraño pero efectivo.

Qué buena gente son, copón. Aunque te lleven a sus tiendas y talleres, aunque te inviten siempre a un rico té, aunque se dejen hacer fotos, y aunque te vayas sin comprarles nada (porque es imposible comprar en todos los sitios), siempre te despiden con una sonrisa (sincera) y el cortés thank you. Y tú te vas jodido porque les comprarías la tienda entera.

Muchas casas bordeaban el lago. Casi todas ellas de madera y de bambú. Realmente, fuera de las grandes ciudades, muy pocas casas en este país son de ladrillo y cemento. También había extensos cultivos de tomates en jardines flotantes en el lago. ¿Cómo coño lo hacen? Sin el bueno de Robin a tu vera, en ocasiones, las preguntas no tenían fácil respuesta.

El lago Inle está rodeado por todos los lados por altas montañas que siempre están cubiertas por una finísima capa de niebla. En estas montañas no entra nadie. Literalmente. Ni los lugareños ni mucho menos los extranjeros. Por lo visto (por lo que nos contaron, más bien), están abarrotadas de rebeldes armados, de narcotraficantes y de "lords of war", los llamados señores de la guerra. Si aprecias mínimamente tu fugaz paso por este planeta, no te adentres ni una miaja. Porque no volverás nunca.

Era temporada baja, y por lo que nos contaban, estábamos pocos turistas. Pero era un lugar de los que cuanta menos gente hubiese, mucho mejor. Dimos buenos paseos en bicicleta por los alrededores, aunque tampoco alejándonos del lago, ya que realmente toda la vida de la zona giraba en torno a él. Recuerdo también dos momentos al día durante nuestra estancia allí: el desayuno y la cena. Por las mañanas subíamos corriendo hasta la última planta del hostel, el comedor, y nos poníamos morados de jugosas tortitas con sirope de caramelo y rica fruta fresca. Y por las noches, siempre íbamos al mismo lugar, una pequeña parcela con mesas y sillas de plástico, que tenía unos pescados brutales que te los hacían a la brasita en el momento y estaban tiraos de precio. Terraza, cerveza fría, barbacoa, puritos y a jugar a las cartas. Y prontito a mimir. Puro gozo, hermano.

Después de pasar allí unos 3 días y 3 noches, volvimos en bus hasta Yangon. De allí pillábamos un vuelo que nos sacaría de este mágico, atemporal y tierno país. Nuestros 15 días en Myanmar llegaban a su fin. Flipas. Tan sólo 15 días. Seguramente hayan sido de las dos semanas más y mejor aprovechadas de toda mi vida.  Infinidad de instantes para el recuerdo. No sé si volveré, who knows, pero lo veo difícil... Porque hay mucho mundo que quiero conocer, y porque tengo la sensación en mi interior, de que es imposible mejorar el recuerdo del que todavía no me quiero soltar... 

Así que, de momento, nada más. Bueno, ahora, ¡toca Laos! Y ya está, simplemente, millones de gracias, Myanmar.