Phnom Penh es la capital y la mayor ciudad del país. Digamos que no ofrece nada especial a los turistas, a no ser que sea tu primera visita a Asia y no conozcas la manera de comportarse en una urbe de los asiáticos, su ritmo frenético de vida, su caótico tráfico, y los fuertes olores y estridentes y constantes ruidos en casi la totalidad de sus calles y callejones. Siempre hay algo que llama tu atención, negativa o positivamente, eso ya es algo subjetivo, las cosicas de cada uno.
A pesar de, quizá, esa magia que no atesora la capital, si estás en Camboya, has de pasar al menos un día o dos por aquí. ¿El motivo? Tener unas horas para intentar entender el denominado genocidio camboyano. Acojonante. Para ello pillamos un bus que nos llevó a uno de los principales campos de exterminio que hay a las afueras de Phnom Penh, y pasamos allí como medio día. Me voy a poner el traje de informante, y no de historiador, sólo por un instante: Camboya, 1975, la Kampuchea Democrática, tras el derrocamiento del general Lon Nol, toma el poder. Bajo la dirección de su líder Pol Pot, los denominados Jemeres Rojos, gobernarán hasta 1979 de una forma totalitaria, consolidando un sistema económico radicalmente agrario, evacuando las ciudades y destruyendo la civilización urbana y su cultura. Querían recuperar la cultura jemer ancestral del Reino de Camboya, y con la excusa de la llamada búsqueda del enemigo interno, aplicaron intensivos métodos de detención, tortura y asesinatos selectivos en masa. Este fanatismo acabó con la vida de unos dos millones de personas en tan solo cuatro años. ¡Una cuarta parte de la población del país murió asesinada en manos de sus propios compatriotas! Una jodida masacre. Ahí estuvimos nosotros, en esos campos donde no paran de seguir sacando huesos enterrados de sus antepasados. Donde había zanjas, fotos, cráneos y datos que te revolvían el estómago. El mayúsculo infierno que ha pasado toda esa gente. Y lo increíble, lo más chocante de la tragedia, es que fue tan sólo hace 35 años. Tres años después nacía yo. Terrible sociedad en la que vivimos. Las historias que contaban, las cosas que leímos... Movidas que creías inverosímiles, por la atrocidad de los detalles, y porque, repito, eso pasó hace sólo 35 putos años. Tremendo. Vergonzoso. Inexplicable. Muy loco... Los camboyanos, obviamente, tienen que seguir tocados, y únicamente los niños y los más jóvenes no han sufrido el horror de cerca, y no tienen su memoria corrompida y envenenada por la inservible venganza.
En fin, cambiemos de tema. Y aunque no hable de los Osos Amorosos, al menos dejamos de lado los asesinatos en masa. Hablemos de: ¡les putes! Asia es un macroputiferio. Guste más o menos, eso es así. Hay miles y miles de ellas, y abundan más en las grandes ciudades y en los lugares más turísticos. Cuando estábamos de fiesta por ahí, no sabías si las tías locales que se te acercaban eran prostitutas o no. ¡Siempre dudabas! Pero es que muchas de ellas creo que tampoco lo tienen mu claro. No te piden pasta de primeras, pero sí que algunas, pasado un ratico, dejan deslizar por sus bocas la allí tan manida palabra money o dollar. No te lo piden, no te lo exijen, pero si les das algo, lo que sea, 4 ó 40, no te lo van a tirar a la cara... Lo que también se ve mucho, y esos casos no ofrecen duda alguna (asco es lo que dan), es a numerosos viejunos occidentales (la mayoría Bristish) con jovencitas locales cogidas por el brazo. Está claro que esas pobres niñas sí que están ejerciendo, que lo hacen obligadas, amenazadas o porque no tienen remedio alguno, y, probablemente, en muchas ocasiones están contratados sus servicios por el viejo verde desde varios meses antes, gracias a una sucia pero lucrativa agencia en internet. Reservas online de menores camboyanas, desde tu despacho en London, con vistas al Támesis.
Lo acabo de leer, y joder, vaya post triste y oscuro que está quedando. Acabemos estas líneas con algo más animadete, ¿no? Como los pijamas de los camboyanos y de muchos asiáticos, que son un canteo, y no sé si está de moda o qué, ¡pero es que mucha peña va por la calle en pijama! Sobre todo los nenes, cantidad de ellos iban con sus atuendos para dormir por la calle. Muy risas. Por si algún frikander está interesado, el producto estrella es (o era) los Angry Birds. Ahí lo dejo. Igual de animadas fueron las dos noches que salimos de farra en la capital. ¡Espectacle! En una me tuvieron que llevar a mitad de noche al hostel porque me bajé en marcha de un tuk-tuk cuando iba achispao (ojos) y casi no lo cuento: pérdida de conocimiento, peazo raja en la ceja y un ojo morado como los de antaño. Plas, plas, aplausos. Y la otra, fue incluso mejor: amanecí al lado de un tía, en una especie de cuarto hecho a base de maderos, por no llamarlo choza. Flipando un poquito salí a la calle, y vi que ésta no era una al uso, era la jodida vía del tren, y yo estaba en una especie de barriada construida en paralelo a lo largo de la vía. Caviar de despertar. En dos segundos me di cuenta de que era el único blanco, y que incluso los perros callejeros y las gallinas me miraban raro. Me despedí como un caballero y huí de ahí despavorido, levantando polvo tras cada pisada. Un taxi-moto de un pavo que paré ahí al lado me llevó hasta el hostel. Sano y salvo, one more time!
¿Verdad? ¿Mentira? ¿Mentira? ¿Verdad? Como dijo alguien: el que busque la verdad tiene el riesgo de encontrarla.
"Un tía"?.
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