miércoles, 13 de febrero de 2013
Días 210-227: Bangkok II
Los tailandeses (generalizando de nuevo) son gente muy abierta, divertida, charlatana y bastante cachonda, pero también es cierto que hay que tener ojo y no fiarte de todo el mundo que parece majo, porque hay mucho timador que va de tu nuevo amigo en la ciudad y lo único que intenta es clavártela por ser extranjero. Y ésa es la parte negativa: mucha gente en este país vive desde hace mucho tiempo del turismo y hay gran parte de la población que sólo te ve como un billete de Dollar andante. Supongo que es normal, y hasta cierto punto inevitable, nosotros, los occidentales, les hemos convertido en lo que son ahora. Porque no nos engañemos: Tailandia (y mucho menos Bangkok) no es tercer mundo; ni de coña.
Aquí te lo puedes pasar pipa, salir de fiesta todos los días de la semana al reventón (por ejemplo, en la mítica Khao San Road) , comprar de todo y para todos, probar comidas típicas de todo el planeta, perderte horas y horas en una locura de barrio como es Chinatown, dar un paseo en barco por el río al atardecer, asistir a un conciertazo de una estrella mundial del Pop, disfrutar de un salvaje combate de Muay Thai en directo o saciar todos tus oscuros e incontables deseos sexuales en cualquier antro de los muchos que hay... Hay cientos de cosas que puedes hacer en Bangkok, pero como todo en esta vida, en muchas ocasiones lo mejor es lo más simple. Y sentarte en el suelo, con una lata de cerveza fresquita, rodeado de gente a la que quieres, simplemente mirando cómo unos chavales locales le están pegando (magistral y espectacularmente) al futboley, es un planazo se mire por donde se mire.
A los tailandeses les gusta comer y comen mucho. A diferencia de Japón, aquí además de palillos te suelen dar tenedor y cuchara. Con el tenedor cortas y con la cuchara te metes el sustento en el gaznate. Presumen de cocina buena y variada, pero eso, una vez más, para un español, suena a un poco a coña. Se come bien, sí, y puede que no frecuentásemos los garitos de mayor nivel, eso está claro, pero es que al cabo de un tiempo todo parece lo mismo... En Asia, el pollo y el arroz me salían por los ojos.
Algo que nunca olvidaré de esta ciudad es que cumplí en ella mi trigésimo aniversario como ser humano. Vamos, ¡que me caían 30 palos! Ese momento cruel, doloroso y jodido de la vida en el que dejas de ser un veinteañero. ¡Y fue un día y una noche imposibles de olvidar porque me pasó de todo! Por la tarde lo empecé a celebrar con Piña. Nos emborrachamos a base de White Russians caseros, en la habita del hostal, con Anita de testigo. El Gran Lebowsky estaría orgulloso, y un tío como él hubiera sido muy bienvenido, por otra parte. Luego ya nos juntamos los cuatro a celebrar el cumple en la viciosa, divertida, animadísima y sonámbula calle de Khao San. Y fue un locura muy entretenida. Resumiendo un poco, yo esa noche la acabé con dos tattoos más en mi cuerpo, con varios insectos fritos en mi estómago, con una herida en mi frente por el ataque del hijo de perra del chucho del tatuador, y con una sonrisa en la boca al acostarme con la sensación de haber pasado un treinta cumpleaños como se debe.
Bangkok, una ciudad donde a lo tonto, pasamos bastantes días. Una ciudad a la que cuesta pillarle el punto. Una ciudad que puede parecer muy estresante, agobiante y hasta agresiva de primeras. Pero es un lugar que cuando estás un tiempo te va gustando más y más, y al final, cuando te tienes que ir, sin darte cuenta, ya le has cogido cariño. Y piensas en cuándo volverás. Porque volverás.
Dicho esto, aún así, no tiene la magia de otras partes de Asia.... Y es que nadie ni nada es perfecto. Nadie ni nada lo tiene todo. La manta no es kilométrica, no puede llegar a taparte entero. Cabeza o pies, tú eliges. Locura, diversión y fiesta salvaje... O paz, encanto y espiritualidad. Nosotros, intrépidos afortunados, lo tuvimos todo.
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