viernes, 19 de octubre de 2012

Días 206-209: Tokio

Damas y caballeros, señoritas y chavalicos (tú, niña, atiende), bienvenidos a la ciudad del futuro, a la ciudad del pasado, a la ciudad del manga y de los videojuegos, a la ciudad del sushi y el neón, al lugar que siempre soñé conocer y al que muero de ganas por volver. Bienvenidos a Tokio, una metrópolis donde conviven 36 millones de seres humanos, haciendo de ella la mayor aglomeración de personas de todo el planeta.

Lo primero que recuerdo de Japón es el baño del aeropuerto: ¡vaya tela! Tenía más botones e instrucciones que el propio avión. Al principio flipas con la movida, pero los tíos se lo curran y te ponen las explicaciones también en inglés. Cuando le pillas el truco al asunto, las sesiones en el lavabo son una auténtica gozada. ¡Qué listos son los japos! Mientras cagas puedes escucharte a los Beatles tranquilamente, y no preocuparte por si el de al lado va a escuchar tu propia banda sonora intestinal. Y, como colofón, después tienes una serie de chorros de agua perfectamente orientados para que tu ojete acabe aseado, agradecido y contento. Sin duda alguna, una experiencia muy recomendable.

Tokio es caro, ya lo sabíamos, y es una realidad. Te das cuenta nada más llegar: tienes que soltar 40 eurazos para pagar un tren que tarda 40 minutos en llegar a la ciudad desde el aeropuerto. El rollico va a ser mucho patear, mucho mirar, y poco tocar. Y eso es lo que hicimos: andar, andar y más andar, y bastantes viajes por su extensa pero manejable red de metro. Yo reconozco que no soy muy de andar. No me pone andar por el campo, la verdad. Pero me encanta pasear por una gran ciudad. Recorrer sus calles y avenidas, perderte en ellas, ser un desconocido entre millones de personas, descubrir nuevos bares y tiendas, tomar el Sol en sus plazas y parques, mirar a la gente cómo se mueve, qué hace, cómo se viste, y escuchar los cientos de sonidos que surgen de cada esquina. Me apasionan las grandes urbes, su murmullo, sus incesantes latidos de intensa vida durante los 365 días del año. Y Tokio es una de esas ciudades donde no te cansas nunca de observar, porque siempre hay algo o alguien que capta tu atención, y donde hay siempre algo que hacer a cualquier hora del día o de la noche y cualquier día de la semana.

Es una ciudad futurista (para ellos ya presente), con su metro pasando por encima de tu cabeza, con sus incontables y modernísimos rascacielos, y con las pantallas gigantes de última generación colgadas de cualquier fachada; con sus peculiares habitantes, que prácticamente cada uno de ellos lleva entre las manos el último juguetito tecnológico, capaz de mover satélites enteros flotando en el espacio exterior simplemente presionando un botón de su smartphone. Pero a la vez, y ello es parte de sus muchos encantos, la ciudad también tiene un muy marcado lado tradicional (para ellos también muy presente). Entre esos altísimos edificios de cristal, o enormes centros comerciales o calles comerciales repletas de luces de neón, te encuentras, sin esperártelo, un estrecho y oscuro callejón donde parece que el tiempo no ha transcurrido en sesenta años; por no hablar de los silenciosos, bellísimos, tranquilos y espirituales templos que hay desperdigados por toda la ciudad. Es chocante pasar en tan sólo dos minutos, de la calma absoluta, de la paz y sosiego máximo que se respira en un templo, a la locura, intensidad, vitalidad y bullicio de una calle comercial algo conocida.

La gente de Tokio se parecen bastante en eso a su ciudad: son personas de contrastes. Te puedes encontrar al hombre más recatado, sobrio, serio y anodino de toda la Tierra, y, en el mismo instante, darte de bruces con las y los personajes más  notas que te puedas echar a la cara. Me sorprendió ver en algún barrio a gente joven con unas pintas muy, muy locas. Puedes ir paseando por una calle de Shibuya con un maldito orinal en la cabeza que nadie te va a mirar mal. De hecho, quizás ni te miren. Ahí vale todo. Les chifla la moda y llevan modelitos más salvajes que en London o Berlín, que ya es decir. Pero la verdad es que tienen un estilazo que alucinas. Ellas y ellos. Joder, ¡molan mucho! Y lo más importante, es que, todos ellos, vistan como vistan, sonrían más o sonrían menos, todos son supermegaextraeducados, respetuosísimos, silenciosos, muy simpáticos (algunos a su manera) y te ayudan en todo momento en aquello que esté en sus manos.

Sus calles me recordaban, me trasladaban, me hacían pensar en Haruki Murakami, en sus libros, en sus personajes, en sus increíbles historias, muchas de ellas localizadas en este lugar. Me flipa Murakami. Qué tío, el japo, cómo escribe. Lo recomiendo a todo el mundo. Pero, cuidadín, su estilo opiáceo (como leí de un crítico) es una droga poderosa, y hará siempre que quieras más y más relatos suyos. Paseando por Tokio, veías y escuchabas decenas, cientos de cuervos volando bajo, posándose en semáforos, balcones y terrazas. Algunos inmóviles y silenciosos. Vigilantes. Otros gritones y burlones. No podía dejar de pensar que estaban tramando algo. Algo importante, siniestro quizás. E imaginaba que si salía a pasear una noche a solas, podría cruzarme con uno de ellos y, tal vez, entablar una conversación. Y Señor Cuervo por fin me explicaría qué estaba ocurriendo, cuál era el propósito escondido por toda la clandestina sociedad de los cuervos durante cientos de años. Él me hablaría en perfecto español, o puede que en inglés, para que yo le entendiera, porque no hablo japonés. Y sí, me parecía algo tan maravillosamente mágico y, a la vez, tan anormalmente normal. Como las historias de Murakami.

Como ya he dicho, pateamos sin control el centro de Tokio, y vimos prácticamente todo lo que queríamos conocer. Vamos, lo más conocido, lo típico. Porque para conocer a fondo una ciudad de semejante envergadura y tantas posibilidades de acción, hay que vivir en ella, al menos, unos mesecitos. Veamos, un pequeño resumen: Shinjuku (joder, ¡es que me molan hasta los nombres!): una de las imágenes típicas y símbolos de la ciudad. Luces de neón por todas partes, por ello es mejor ir de noche. Tiendas, bares, karaokes, moderneo y ambiente a cualquier hora del día y de la noche. Y los rascacielos más altos están por este barrio. Nos pilló lloviendo y cansados, pero es imposible pasear por esos callejones sin dejar de mover el cuello a un lado y al otro observando a extraños viandantes y turbios lugares de ocio (con entrada prohibida para no japoneses). Ginza: el barrio pijo y lujoso. Es la zona más cara y sus grandes avenidas están repletas de tiendas de primeras marcas, de ejecutivos con trajes, y de mujeres con clase envueltas en vestidos muy, muy talegueros. Akihabara: centro neurálgico de la electrónica y la tecnología, y también cuna del manga. Centros comerciales y cientos de tiendas repletos de cualquier gadget imaginable y de hasta la más freak figurita de manga, desde los 5 centímetros de tamaño hasta el metro y medio, y desde los dos euros hasta las más exageradas (escandalosas) cantidades de dinero. Realmente a mí el manga me da absolutamente igual, me quedé en Akira y ahí sigo. Y el barrio es muy friki, sí, pero también es muy divertido y auténtico y te puedes pegar ahí horas rebuscando en las tiendas y viendo personajes de toda calaña. Roppongi: zona de marcha por excelencia. Llena de bares y discotecas, donde locales y extranjeros se juntan para beber, cantar y bailar. Hay fiesta casi todos los días de la semana, sólo hay que acertar con el garito de moda o con la mejor fiesta de esa noche. Nosotros salimos una noche en Tokio, entre semana, y fuimos a esta zona. No recuerdo el nombre del sitio, pero sí recuerdo lo bien que lo pasamos Piña y yo y las risas que cayeron con los japoneses, ellas y ellos. Éramos la atracción de la pista de baile, y nunca se me olvidarán sus extrañas (para nosotros) formas de moverse o de relacionarse. Son muy divertidos y se lo saben pasar de de lujo. Otro rollo, pero de puta madre. Asakusa: retrocedamos al pasado. Cambiamos neones por incienso en los templos. Estuvimos en el templo Sensoji y nos encantó. Atestado de visitas, pero en un clima de extraña tranquilidad. Las purificaciones, los estanques con las carpas, los jardines... El Japón tradicional. Otro mundo completamente diferente en la misma ciudad, ¿alguien da más? Y por último, dejándome alguna cosilla más que omito por no cansar al personal: Shibuya. Un barrio muy molón, quizás mi favorito en los tres días que pasamos allí. Centros comerciales, cientos de tiendas de ropa guapísimas, y mucho, muchísimo ambiente por sus calles a todas horas. Lleno de gente joven, el barrio marca tendencias. Es una delicia perderte por sus calles y espiar al joven habitante de Tokio  en todo su esplendor. Otro de los símbolos de esta vertiginosa ciudad está aquí: el cruce de Hachiko. La mítica intersección donde varios pasos de peatones sincronizados forman un espectáculo digno de sofá, manta y palomitas. ¡Cuánta peña cruzando al mismo tiempo y qué bien lo hacen! Un caos controlado a la perfección, únicamente gracias a su civismo, buena educación y saber hacer.

Capítulo especial (se merecen un post entero) es para la mujer de Tokio. Vaya espectáculo. Yo ya sabía del tema, pero al llegar allí nos quedamos (los cuatro) alucinados con lo buenas que están las niñas por esos lares. ¡Frescor nipón! Y lo que más llama la atención es que no son ni dos ni tres, ni varias docenas, ¡vimos cientos de mujeres preciosas! Un no parar. Yo iba to loco, lo reconozco. Pero es que la gran mayoría tienen tipito, son una monada de cara, y tienen un estilazo al vestir que cada una podría luchar por el mejor blog de tendencias sin despeinarse. Anita nos llevó de la mano a un centro comercial en Shibuya, y simplemente por ese gesto le estaré eterna y plenamente agradecido. El Shibuya 109, siete plantas como siete soles mañaneros, un Corte Inglés dedicado exclusivamente al público femenino. ¡Una locura, señores! Dar vueltas, subiendo y bajando, paseándonos entre las clientas y las jóvenes, encantadoras y bellísimas dependientas, era como estar el paraíso. En un paraíso asiático donde sus saludos, miradas y sonrisas te elevaban unos centímetros por encima del suelo, volando bajo, ensimismado, aturdido y feliz. Un lugar donde poder pasarte horas, días, años, siglos... Un lugar donde la rutina no existe, donde no hay crisis ni hay guerras, un lugar donde todos los males de este mundo se han evaporado, y que, únicamente vuelven a aparecer cuando a las nueve de la noche apagan las luces, te mandan a casa, y tienes que salir de ese edificio con olor a rosas frescas. Porque sí, Borjita, es la hora. Y porque ya vale de manchar el suelo de babas, tío guarro.

En fin, creo que he vendido bien el viaje a Tokio, ¿verdad? Lo sé, cuánto amor. Qué le vamos a hacer, no soy objetivo, y es que siempre he sentido atracción por este país, esta ciudad, sus gentes y su cultura. No sé muy bien el porqué, pero así es. Y con tantas ganas que traía, no me ha decepcionado. Todo lo contrario: quiero más. Así que a ver si engaño a alguien cuanto antes y aparecemos de nuevo por la capital del Sol Naciente. Porque yo voy a volver, y lo antes que pueda. Aunque sea, para ver si me echo novieta. O algo.










miércoles, 3 de octubre de 2012

D'ias 200-205: USA

Despu'es de M'exico nos tocaba el gran cambio del viaje, una especie de ecuador: pasar de un continente a otro, de Am'erica a Asia. Realmente para nosotros, y ya lo hab'iamos comentado, era como un nuevo viaje, otro diferente. Un nuevo comienzo.

El caso es que nuestro vuelo programado era de DF a Bangkok, Tailandia. Pero dicho vuelo ten'ia que hacer dos (benditas) escalas: una en Dallas y la otra en Tokio. Dallas, y Tokio!!! Fue ya lo que nos faltaba: ten'iamos vuelos gratis a USA y Jap'on!! As'i que decidimos aprovechar esa suerte y pasar unos d'ias en los States y en la capital del Sol Naciente, retrasando nuestros dos vuelos de escala durante unos d'ias, sin tener que pagar ni un euro m'as por ello. Fatal!! En una sola semana estuvimos en M'exico, USA y Jap'on. Lo escribo, varios meses despu'es, y todav'ia me cuesta asimilarlo. Pero antes de hablar de Asia, vamos con los yankees!

Llegamos al aeropuerto de Dallas, y r'apidamente nos dispusimos a alquilar un coche para llegar a nuestro objetivo: la singular e inimitable ciudad de Las Vegas!! Quer'iamos un Cadillac descapotable (el rollico en este pa'is era fliparse, sabes?), pero el presupuesto nos dio para una van familiar de marca Dodge. Mucho glamour para pasearnos por la highway no ten'ia, no. Pero eso s'i: sitio de sobras para los cuatro y nuestras mochilas y c'omoda de pelotas. Nada que ver con los apretad'isimos viajes en coche de Argentina o Chile.

Fueron unas 18 horitas de viaje, s'olo parando para poner gasofa y para comer y cenar. Surcamos los estados de Texas, Nuevo M'exico, Arizona y Nevada. Pasando muy cerca de sitios m'iticos como Memphis, Alburquerque (Breaking Bad) o Vernon (cu'antas millones de veces has escuchado el nombre de esa ciudad en pelis norteamericanas sin tener ni idea de d'onde se encontraba???!!), y por lugares de nombre tan freak como el pueblo Two Guns o la Meteorit Crater Road. Un viaje muy guapo. Vimos el amanecer en el desierto de Nevada, que es mucho m'as desierto de lo que yo me hab'ia imaginado. Es incre'ible c'omo han conseguido montar esa ciudad, Las Vegas, en mitad de la nada. Y, finalmente, llegamos a nuestro destino. Las Vegas, baby!!! Y s'i: es tal y como te la hab'ias imaginado; es como lo que has visto cientos de veces en las pelis de Hollywood. De d'ia te impresiona, pero de noche te deja aturdido, alucinado, enganchado...

Las calles de la ciudad estaban limp'isimas (y lo poco que vimos de Dallas despu'es, tambi'en). Todo perfecto: las paredes, jardines, suelos, fachadas, columnas y esculturas, todos ellos impecables, impolutos. Es como otro mundo, como si estuvieses en el rodaje de un pel'icula, o como si paseases por las calles de EuroDisney. Las Vegas es la DisneyLand del vicio. Cuando vas viendo las fachadas que se han montado los grandes casinos, te quedas perplejo: que si una r'eplica perfecta de una parte de Venecia, que si otra r'eplica de la Fontana de Trevi de Roma, otra de la torre Eiffel, que si montanhas rusas, barcos piratas con su mar y su pueblo costero y su cueva del tesoro, la fuente de los mil millones de chorros de agua... A t'o lo que da. Todos estos casinos, Bellacquio, Circus, Casino Royal, Caesar Palace, Wynn, Treasure Island, Mirage, Venetia, etc... Son una barbaridad de edificios. Son enormes, seres autosuficientes con vida propia. Lo tienen todo: casinos, hotel, bares, restaurantes, tiendas, discotecas, cajeros autom'aticos... Puedes llegar a uno un lunes, y no salir del mismo en toda una semana, y no sentir'as necesidad alguna. Puede que de alg'un signo de vida real en el exterior, de ver la luz solar y respirar aire puro, pero eso ya depende de cada uno. Y, por cierto, parece que la crisis a esta loca y extranha ciudad no haya llegado, porque no paran de seguir levantando casinos y hoteles gigantescos. Son tremendas las inversiones que se meten por aqu'i, la cantidad exagerada de d'ollares que mueve este lugar creado en mitad de un jodido desierto.

Bueno, a ver, a qui'en le gusta la comida basura?? A m'iiiiii!!! C'omo nos pusimos de burgers esa semana! De burgers y de patatas fritas, batidos, pizzas, Dr. Pepper... Gocico. Wendy's, Jack in the Box, Burger King, Denny's, Carl's Jr., McDonalds... Y alguno m'as que ahora no recuerdo. Good shit, brotha! El mejor de todos, calidad-precio, sin duda alguna: Wendy's!!! Uuuummm, qu'e rico! A ver si alguno se lanza y trae la franquicia a Espanha. Pensando en ello me entra el hambre, que todav'ia no he desayunado. Hace ya m'as de dos meses que no catamos un McDo, desde Bangkok. Hay ganitas. Pero tambi'en he de decir que me hace ilusi'on y felicidad el haber conocido pa'ises en los que la maldita mutinacional americana todav'ia no ha desembarcado. Porque lo har'a. Y el sudeste asi'atico perder'a encanto y magia, como ya lo ha perdido la explotad'isima y casi occidental Tailandia.

En Las Vegas hicimos el pack completo (o casi): dorm'iamos en el t'ipico motel de carretera americano, que era de peli tambi'en, y en el que seguro que hab'ia vecinos convictos y gente perdida que hab'ia llegado a la ciudad no para vivir, sino para morir, como Nicolas Cage en Living Las Vegas; jugamos en varios casinos a las cartas y los dados; nos fuimos de fiestuqui a varios clubes; tuvimos nuestra jornada de (humildes) compritas; jugamos al beer-pong en mesas ''oficiales'' y las dos veces les metimos a los yankees, que no se cre'ian que nosotros no jug'abamos en Espanha a su deporte favorito no profesional; y finalmente, gracias a Dios, fuimos a un club de striptease. Qu'e divertido! Aunque las atrapadas en los casinos te limitan mucho el tiempo para hacer otras cosas. All'i dentro no hay horarios, est'an abiertos 24\7 (24 horas al d'ia, 7 d'ias a la semana), y en las paredes no hay nunca ni una sola ventana para que entre la luz narutal, ni un solo reloj para comprobar qu'e hora es. Es como un bunker de lujo, donde lo 'unico que quieren es que te sientas bien, pases muuuucho tiempo sin darte cuenta, y, ya de paso, que pierdas todos tus ahorros. Si te gusta el juego, Las Vegas puede ser tu perdici'on. Adem'as, mientras juegas en las mesas, van pasando camareras a diestro y siniestro que te ofrecen bebidas gratis. As'i que si has perdido todas, al menos vas mojando tus penas en el alcohol. Dependiendo del croupier que te toque, las partidas pod'ian ser muy risas o un largo infierno. A veces, en 5 fatales minutos hab'ias perdido la pasta que supuestamente te ten'ia que durar unas horas, y otras veces, un solo dollar te pod'ia durar casi toda la noche. La suerte, le llaman. Nosotros cuatro, en los tres d'ias que pasamos all'i, perdimos todos pasta. Unos m'as que otros, dependiendo de lo que le gustaba jugar a uno, y de la dichosa fortuna. Excepto Anita, que la 'ultima manhana se fue sola a otro casino y pudo recuperar toda la pasta que hab'ia perdido esos d'ias. Yeaah! Yo la verdad es que tampoco perd'i mucha pasta (ninguno lo hicimos), pero es que tampoco me apasiona el juego. Aunque tengo que decir que all'i s'i me gust'o. La puta movida engancha. Hay que tener mucho ojo y una cabeza fr'ia para no liarte y perderlo todo.

He dicho que no hicimos el pack completo por poco. Qu'e nos falt'o?? Un tattoo y un bodorrio!!! La ciudad, adem'as de casinos, hoteles y tiendas donde venden todo tipo de alcohol, est'a plagada de estudios de tatuajes y de pequenhas capillas para casarse modo expr'es. Lo del tattoo lo barajamos, y preguntamos, pero al final no nos lo hicimos. Los tipos son listos y abren toda la noche, como las capillas, de ese modo, toda la penha que va toda ciega, pasa por un garito de 'estos a las 3 in the morning y se viene arriba. Ya sab'eis el lema de la ciudad, no? ''What happens in Vegas, stays in Vegas''. Lo que me parece muy bien y muy acertado. Saben c'omo venderse. Pero no tengo tan claro, y seguro que miles de persona que han pasado por all'i estar'an ahora de acuerdo conmigo, que, en caso de casarte con alguna p'ajara o p'ajaro, o de volverte a casa con un pedazo de tattoo en la espalda tipo: ''Yo amo el jam'on, huntadito con tomate. Yo amo el jam'on, es la hostia y el cop'on'', todo lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas... Porque te lo llevas contigo a casica!! Cuidadooorrr!!! Y, por eso mismo, no hubo boda!!! Oooooh..... Anita y Javi, Javi y Anita, hab'ian hablado del tema boda en Las Vegas. Estuvimos como dos meses hablando del asunto, aunque hay que decir que antes de pisar los States ya ten'ian claro que de boda nada de nada. Hubiera sido tremens: los cuatro vestidos anhos 70 (rollo la peli de Blow), con bigotes, flequillos y toda la pesca, Leo siendo el padrino de Anitosss, yo siendo el de Pinha, un cura vestido de Elvis, un par de homeless borrachos y otras tantas stripers como invitados, camisetas, gorras y hasta tazas de caf'e con las fotos nupciales... Todo el kit! Lo m'as t'ipico y grotesco de Las Vegas reducido a 10 (inolvidables) minutos de esperp'entico casamiento. Qu'e le vamos a hacer, pero a m'i me dio pena que no se casasen.

Aunque, a falta de tattoos y boda, ya he dicho que s'i fuimos a un club de striptease, y vaya club, senhores! Era uno de los dos mejores de la ciudad (porque hay muchos y de toda calanha), y ten'ia un premio de hace un par de anhos de ser el mejor del pa'is (o algo as'i). Vaya garito! Y la llegada al mismo no pod'ia ser de otra manera, oigan: llegamos los cuatro en una limusina negra que te mueres!! As'i s'i!! Nos recogi'o a las 4 de la manhana en la puerta de un casino, y 5 escasos minutos despu'es, ya est'abamos en la puerta del club. Cinco minutos, cien fotos que sac'o Anita. Qu'e despliegue! Sacando la cabeza por la ventanilla del techo, tumbados de todas las maneras posibles, cualquier foto val'ia en esos instantes de subid'on. Lo que no hab'ia ni media birra en toda la limusina, aunque ya lo esper'abamos. Porque no os cre'ais que pagamos este servicio, no. La limusina para llegar al club era gratis, las entradas para el club tambi'en las sacamos gratis, y hasta alguna consumici'on m'as. No nos lo pod'iamos creer!!! Pero claro, luego entras, ves el percal, y ya entiendes por qué te dejan casi todo gratis hasta llegar all'i: las mujeres que trabajan en ese celestial lugar est'an buen'isimas, no, lo siguiente. Bufff!!! Creo que nunca en mi vida hab'ia visto a tanta fresca junta, en persona, y en el mismo lugar y al mismo tiempo. Nos faltaban ojos (a Anita tambi'en). Por eso mismo, los t'ios pueden entrar todo lo gratis que quieran, porque los duenhos saben que luego se las van a dejar todas en consumiciones, propinas, bailes privados y dem'as servicios ofrecidos en el amplio, oscuro (y
 lleno de cortinas) local. No miento ni exagero, y ya acabo con esto, pero all'i hab'ia mujeres preciosas, tremendas, que parec'ian actrices o modelos, y que bailaban y se mov'ian en la barra de una manera espectacular, que te dejaban mirando sin pestanhear y sin poder cerrar la boca. Y ya no hablemos de cuando se te acercaban a charlar...

Fueron tres d'ias muy divertidos y de no parar. Y nos hubi'eramos quedado m'as tiempo all'i (danger, danger!), pero era imposible, y creo yo que fue suficiente. As'i que los cuatro a la furgoneta y camino de vuelta. Quer'iamos ver el Gran Canh'on, pero no puedo ser: a la ida llegamos muy pronto, amaneciendo y sin informaci'on suficiente, y a la vuelta necesit'abamos descansar despu'es del ritmo de Las Vegas, y nos quedaba de nuevo un largo viaje hasta Dallas. No vimos el Gran Canhon pero s'i que tuvimos la oportunidad de ver bien de cerca a la polic'ia norteamericana: multica que me metieron saliendo de Las Vegas. Que no falte! Bueno, hay que decir que solo fue un warning por correr un poquito, y no hubo sanci'on. Pero qu'e susto me di'o el amigo madero! Para que el viaje hubiese sido completo del todo y totalmente yankee, s'olo nos hubiera faltado que nos pillase un tornado de camino por alguna de esas interminables llanuras. No hubo twister esta vez, tranquilos.

Deshaciendo el camino que hicimos a la ida, y tras otras tantas horas de coche, llegamos a Dallas, y m'as concretamente al American Airlines Center con tiempo de sobra. Qu'e hac'iamos all'i? Nada m'as y nada menos que ver un partido de la NBA. I love this game!!! Vimos a los que eran los actuales campeones de la Liga, el supuestamente mejor equipo del mundo de ese anho: los Dallas Mavericks!

Los norteamericanos tendrán muchas cosas chungas, pero una de las buenas que tienen es que son unos amantes del deporte, y otra de ellas es que saben cómo montar un buen show. Un claro ejemplo de ello es un partido de la NBA. El himno nacional cantado por una pájara, las presentaciones de los jugadores como si fuese el último partido en la Tierra, el speaker que tiene más tablas que una plaza de toros, los concursos y juegos con el público en cada parón del juego, las cheerleaders que a diferencia de España sí que saben bailar, la mascota molona e hiperactiva que hace mortales con un trampolín para luego acabar en mate, las escopetas que lanzan camisetas a las gradas, las birras gigantescas y las bandejas de nachos con queso XXL... Todo es parte importante del partido, del espectáculo, y la verdad es que te pegas ahí dentro como cuatro horas en total y ni te enteras.

Vimos auténticos jugones como Dirk Nowitzki, Shawn Marion, Vince Carter, Delonte West, Terry, Jason Kidd y Thompson, un blanquito de los Pacers que no conocíamos pero que enchufaba tripes con una facilidad pasmosa. Al final los Mavs cuando apretaron un poco el acelerador en el cuarto cuarto, ganaron de diez sin problemas y Dirk sin hacer ni el huevo, de vacances. Pero bueno, ¿¿a quién le importaba el resultado??

Y ahora sí, después de esta vertiginosa semana en los States, cruzamos el Pacífico, algo que nunca había hecho, y por fin llegamos a Asia. Y más concretamente a Tokio. Uuufffff... Amigos, hay veces que los sueños se hacen realidad. ¡Hay que perseguirlos! Y escribiendo esto, cinco meses después de estar allí, se me ha puesto la piel de gallina en todo mi cuerpo.